La niña va a cumplir 15 años y, con ello, va a pasar a otra etapa de su vida en Zaachila, un pobre pueblo mexicano. Durante 50 minutos el espectador se deja llevar, de la mano del director Rigoberto Perezcano, por los meandros de un gran acontecimiento que es tierno y absurdo al mismo tiempo: la celebración de la fiesta rosada.

El documental va adentrándose en la vida de un humilde hogar campesino que no se para en gastos para lograr que los 15 años de su hija marquen un hito en la memoria de todos: de la celebrante, sus padres, su hermana, su padrino, sus abuelos, sus tíos y el resto de la población que, en total, suma 850 personas... más las que sigan llegando atraídas por la fanfarria.

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Nada se deja al azar. Todo se prepara minuciosamente, como si en ello estuviera de por medio el honor de la familia. La casa se adorna y se repinta; el padrino paga el traje rosa, que parece salido de una estampa europea de otro siglo; los muchachos preparan la coreografía para el vals; se compra un toro para el banquete.

Pero también entra en juego la solidaridad de los vecinos y parientes, que cumplen ancestrales rituales de reciprocidad al colaborar con uno de los suyos en un instante tan trascendental: cada cual aporta con lo que puede.
La fiesta, con orquesta, camaretas y maestro de ceremonias, dura dos días, al final de los cuales quedan, como testimonio, un chuchaqui colectivo, un álbum de fotografías y un video.

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El documental tiene el gran mérito de hacernos ver –con perspectiva– el absurdo ritual impuesto por las normas sociales, que parte del amor de los padres y se envuelve en una parafernalia repleta de una simbología deliciosamente cursi, ante la cual uno no sabe si reír. O llorar.