Los años que siempre marcarán un antes y un después en la vida del compositor estadounidense Philip Glass serán cuando tenía 12. Aún recuerda que cuando ayudaba a su padre en la pequeña tienda de discos que tenían en Baltimore, este le encomendó aprenderse todo el inventario de acetatos que incluía desde música clásica hasta jazz o country. Y lo hizo, escuchó cada uno de los discos, se enamoró de cada uno de los ritmos que oía y desde ese entonces nunca más se despegó de su gran pasión: la música.