“Era cerca de la medianoche cuando se oyó el lúgubre tañido de las campanas anunciando el fuego”. Estas palabras son parte del testimonio de Belisario González Bazo, horrorizado testigo del apocalíptico incendio que azotó Guayaquil entre el 5 y 6 de octubre de 1896.

La ciudad siempre fue víctima de los incendios, el fuego se había convertido en un elemento más de la cotidianidad de la ciudad, pero el flagelo de 1896 estuvo a punto de hacer desaparecer a la urbe. Guayaquil a un paso de ser engullida por un verdadero diluvio de llamas durante 48 largas horas.

El fuego, según las versiones oficiales, se inicia en el almacén de lencería La Joya, propiedad de Manssevitz & Bowski, número 161, ubicado en Malecón entre Pichincha y Aguirre, en horas de la noche. Cuando comienzan a sonar las campanas, señal de emergencia ante los incendios, la mayoría de la población de las zonas aledañas no tomaron mayor asunto, pues dos días antes la ciudad ya había tenido un conato de incendio en el sector de Malecón y Orellana. Nadie iba a prever que el fuego iba a extenderse de manera inmediata a todo el centro de la ciudad.

Publicidad

El incendio se intensifica debido a un viento huracanado que hace que las llamas contaminen las viviendas aledañas, la mayoría de construcción de madera. Pronto la situación se escapa de control, la tenaz y heroica acción del Cuerpo de Bomberos junto con decenas de voluntarios del pueblo nada puede hacer para detener el avance destructor del fuego. Es de mencionar que para esa época el sector urbano en el centro de la ciudad se contaba desde el Malecón a Pichincha, Rocafuerte y General Córdova, después de esa calle se encontraban extensiones de manglar.

Una vez que el fuego ayudado por los fuertes vientos se extiende por el centro de la ciudad y la impotencia de los bomberos por controlarlo hizo que las personas ante el temor de morir quemadas se lancen a la ría, mientras otras se embarcaban en botes, canoas y lanchas para dirigirse al sector de La Atarazana.

Al día siguiente
Para la madrugada del 7 de octubre el fuego había amainado, y las personas pudieron presenciar el dantesco desenlace en el que se había convertido la ciudad, escombros humeantes, cuerpos carbonizados, una ciudad en ruinas. Las ruinas se extendían desde el Malecón Simón Bolívar hasta Santa Elena y desde Clemente Ballén hasta el cerro Santa Ana, la mayoría de los muelles estaban destruidos. Por la gran cantidad de damnificados se habían construido refugios en El Hospicio, La Atarazana y en los potreros frente al manicomio y en otros lugares de la sabana.

Publicidad

Los daños fueron cuantiosos, según las investigaciones, noventa manzanas fueron consumidas por el fuego, 1.500 casas destruidas, 25 mil personas quedaron sin hogar, casi la mitad de la población. Entre instituciones, negocios y edificios se pueden contar la destrucción de la imprenta de diario El Tiempo, del Diario de Avisos, La Nación, el edificio de la Aduana, las instalaciones del Banco Territorial, el del Comercial y Agrícola y el Internacional. Los cuarteles de Artillería y de Caballería también fueron consumidos por las llamas.

Los puentes del Malecón, destruidos, varios templos, entre ellos la iglesia San Francisco, donde se perdieron los restos del poeta y prócer José Joaquín de Olmedo, igual la casa del poeta también fue devorada por las llamas. Las fábricas de hielo, de cervezas y de cigarrillos se cuentan entre los daños del incendio.

Publicidad

Se estimó que un total de 14 millones de sucres se tuvieron que pagar por parte de las compañías aseguradoras a los afectados del flagelo.

En días posteriores, el gobernador de la provincia, José María Carbo, decretó la emergencia en la ciudad, para evitar desmanes. El presidente de la República, Gral. Eloy Alfaro, ante el esfuerzo titánico del Cuerpo de Bomberos de la ciudad emitió un Decreto de Subvención , por medio del cual y durante 4 años, la institución recibiría $ 2.500 mensuales, dinero que serviría para ayudar al equipamiento de las unidades de la casaca roja.

De igual manera, el presidente Alfaro decretó un fondo de 10.000 sucres para ayudar a las familias damnificadas y para la construcción de barracas y carpas para los refugiados, y pidiendo por intermedio del Ministerio del Interior la canalización de donaciones para ayudar a todas víctimas del incendio.

¿Incendio provocado?
En vísperas del gran incendio, Guayaquil era la sede de la Asamblea Constituyente que iba a redactar la nueva carta política del país, la revolución liberal había triunfado después del pronunciamiento popular del 5 de junio de 1895. La Asamblea iba a institucionalizar los avances revolucionarios del Alfarismo, y aún no se neutralizaban del todo los levantamientos armados de la reacción conservadora-clerical, por lo que la teoría de una conspiración para sabotear la Convención tomó cuerpo.

Publicidad

Las sospechas recayeron en un hombre llamado Juan Tello, de origen lojano, que supuestamente según testigos lo vieron prendiendo fuego a varias viviendas. El acusado manifestó su inocencia durante el juicio, pero ya la ira popular lo había condenado, incluso se temía que el populacho fuera a asaltar la cárcel para lincharlo, lo que aceleró el proceso, siendo encontrado culpable y condenado a morir fusilado, condena que se cumplió frente a la Gobernación. Años después se demostró la inocencia de Tello.

El 9 de octubre de 1896, sesionó la Asamblea Constituyente en el edificio de la Gobernación que paradójicamente había salido indemne del incendio.

Guayaquil se levantó de sus propias cenizas como verdadera ave fénix para continuar siendo la ciudad pujante y forjadora de los grandes cambios nacionales.

Bibliografía: Guía Histórica de Guayaquil, tomo IV , Julio Estrada

Historia del Cuerpo de Bomberos, Modesto Chávez Franco

Historia del Ecuador, Alfredo Pareja Diezcanseco

Historia del Ecuador, Editorial Salvat.