"Hola, ¿puedo fumar un cigarrillo?", pregunta amablemente Charly García a una de las jóvenes camareras que asisten la suite de un deslumbrante hotel porteño. La respuesta es afirmativa, y el músico lo enciende, toma asiento junto a un señorial escritorio iluminado por un candelabro y posa envuelto en su propio humo para las fotos. "Díganme la verdad", se ríe, "entre estas velas, ¿no parezco Liberace?".