Imagine todos los posibles lugares donde a un niño le gustaría estar en sus vacaciones. Si pensó en la juguetería o un parque, que tal un consultorio dental. ¿Poco probable? No para Alberto Quiroga, quien a sus 8 años esperaba con ansias que terminaran las clases para visitar a su tío odontólogo, acompañarlo en el trabajo y divertirse viendo a sus asistentes esterilizar sus herramientas.