El COVID-19 llegó a la humanidad para quedarse. Dejó de ser una pandemia y más que aprender a convivir con él, las personas lo toman como una enfermedad respiratoria más. No está mal que haya calma ante el diagnóstico o posible diagnóstico. Sí es un error que se tengan pocas precauciones.
El clima actual está causando una ola de enfermedades respiratorias y hay casos de COVID-19 confirmados, pero en número menor. Tampoco hay reportes de situaciones graves masivas, mas, es conveniente recordar las medidas de bioseguridad y que toda enfermedad es peligrosa.
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Las campañas del Gobierno, en ese sentido, desaparecieron, pero se está colocando la vacuna contra la influenza y el COVID-19. Sería conveniente mayor difusión, y que además de colocarlas en centros de salud y algunos puntos públicos se hagan acercamientos para que las brigadas lleguen a empresas y establecimientos escolares con la respectiva autorización de un adulto en el caso de menores de edad.
Ninguna de las vacunas es obligatoria. Igual que el uso de alcohol, lavado de manos o utilización de mascarilla es voluntario, pero deseable por salud propia y respeto a los demás.
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De acuerdo con datos del régimen se adquirieron lotes de vacuna de las nuevas sepas de influenza (AH1N1 y AH3N2). En total cinco millones de dosis, de las cuales 839.500 son pediátricas y 4′292.000 son vacunas para adultos.
Este plan de vacunación se mantendrá hasta febrero de 2024. Conveniente cuando han empezado las lluvias y el evento El Niño es un hecho, independientemente de la potencia con que pueda sorprender.
Del COVID-19 sigue preocupando a la comunidad científica los efectos posteriores, aún en estudio. De las enfermedades respiratorias se conoce que un descuido puede provocar gravedad. Con esos antecedentes corresponde a autoridades y ciudadanos mantener las medidas de bioseguridad por el bienestar propio y el de los demás. Prevenir siempre será más conveniente que curar y ahorrará recursos económicos y angustias. (O)