Tron: Ares (2025) no es simplemente una secuela tecnológica, es una alegoría sobre la relación entre el creador y la criatura, entre el conocimiento y la libertad, entre la inteligencia y el alma. En el fondo, una meditación sobre Dios, el hombre y la inteligencia artificial.

La trama gira en torno a la rivalidad de dos imperios tecnológicos, ambos empeñados en ser los primeros en tomar todo lo posible en el mundo digital y hacerlo real. Mientras que Julian Dillinger, CEO de Dillinger Systems, busca el poder y lucro a toda costa; Eva Kim, CEO de Encom, busca aliviar el hambre y las enfermedades. En esta tensión se refleja la orientación de la voluntad humana: la misma herramienta puede servir para el bien o para el mal.

Un atajo llamado IA

El instrumento decisivo es una inteligencia artificial llamada Ares, creada por Dillinger para infiltrarse, robar información y ser el “control maestro” de su imperio digital. Sin embargo, la acción de Ares, como cualquier otra máquina, no puede ser moralmente buena ni mala; solo útil o peligrosa ya que carece de libertad para elegir. Obedece instrucciones, no elige solo ejecuta.

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En Ares, de forma análoga, se ve el eco del hombre frente a Dios: el deseo de eternidad, la nostalgia del ser que no se basta a sí mismo. Ares, con sus 29 minutos de existencia en el mundo real, simboliza el anhelo humano de trascender la muerte. Pero mientras el hombre busca a Dios por amor al bien, Ares solo busca existir, fue programado para sobrevivir.

Más allá de su anhelo de permanecer, Ares, como cualquier programa, solo conoce lo que su código le permite conocer, es decir, el conocimiento es puramente instrumental. De algún modo, refleja la razón humana, no crea el mundo, lo explora. Por eso no es libre, cuando decide no matar a Kim, no lo hace por bondad, sino por conveniencia, necesita tiempo para cumplir su misión y conocer el mundo. Esa diferencia entre inteligencia y voluntad es el corazón ético de la película. La inteligencia percibe el bien; la voluntad lo ama. Una máquina puede simular la primera, nunca la segunda.

La memoria y el criterio

Así, la película recuerda que el problema no es la IA, sino el hombre que la programa. La tecnología no salva ni condena; lo hace la intención de quien la usa. Ares, en ese sentido, no es responsable: es el espejo que amplifica la moralidad de su “creador”.

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Como un martillo, la IA no tiene propósito propio, solo amplifica la fuerza de quien la maneja, es decir, que el bien o el mal están en las manos que la empuña. (O)

Danny Salazar Garcés, Guayaquil