Los materialistas piensan que “nada se crea y nada se destruye, todo se transforma”; somos polvo cósmico que nos reincorporamos al inconmensurable ADN. Y los metafísicos o espiritualistas creen que “somos hechos a imagen y semejanza de Dios”, y terminaremos incorporándonos a la gran mente o a la energía informe.
La nueva soledad aspiracional: ¿un falso ideal de felicidad?
Siempre me conmovió un célebre poema escrito por Emily Dickinson que dice: “Este polvo silencioso, caballeros y damas, jóvenes y doncellas, fue risa, talento y suspiros, vestidos y rizos. Este pasivo lugar fue una alegre mansión estival donde flores y abejas recorrieron su circuito oriental y un día como ellos cesaron”.
Como diría Sócrates: “Solo sé que nada sé”. Somos parte de esta gran transformación cósmica, parte del todo y uno a la vez; toda una incógnita, una magia del ser y no ser: un constante cambio de materia a espíritu y de espíritu a materia, así que vivamos como si fuéramos inmortales. Yo estuve intubado unos ocho días después de un infarto y por suerte no sentí cuando me recorrieron las entrañas con un milagroso catéter que me limpió las arterias y venas. Lo que yo recuerdo de este misterioso viaje es que jamás dejé de orar y eso me salvó. Me vi viajando en un enorme barco con viajeros que nadaban en medio de un riachuelo en el interior del barco. Yo, parado en un bordillo, quería lanzarme no sé si al agua o a un inmenso prado lleno de flores cuando alguien me detuvo y me dijo: “¡No!, todavía tienes mucho que hacer”. Más bien ahora entiendo “cosas por arreglar” y aquí estoy disfrutando en vivo de este viaje sideral.
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En lo esencial, el nacimiento y la muerte son lo mismo: volvemos a la ingenuidad del silencio y la paz de él; venimos y allá nos encontramos. La eternidad es siempre; solo ten presente que todo cambia, que nada es de nadie y nada te llevas. (O)
Hugo Alexander Cajas Salvatierra, médico y comunicador social, Milagro


















