Voltaire consideraba que el fanatismo no era normal y que al fin y al cabo la mejor manera de convivir y progresar era a través del respeto a las ideas y creencias de cada uno.
Solo basta abrir cualquier diario, ver cualquier noticiario o simplemente introducirse en cualquier red social para darnos cuenta que, contrario a tratar de probar que esta teoría pudiera funcionar, nos aferramos a determinar que es simplemente una utopía.
Racismo, xenofobia, totalitarismos o cualquier postura radical, más allá de acercarnos a creer que se pudiera convivir en armonía, nos hace pensar que como poseedores de la verdad absoluta, y casi siempre indiscutible, la apertura a otras maneras de opinar son simplemente inaceptables.
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Familias, amigos, parejas se ven afectadas cada día porque hemos decidido normalizar el no aceptar posturas diferentes a las propias, o en el mejor de los casos, se prefiere ignorar cualquier tema que pudiera conllevar un conflicto de intereses o ideales personales que pudieran interferir en crear genuinas relaciones productivas.
Hay tantas personas que llegando a obtener poder, no importando en lo que se desempeñen, olvidan la responsabilidad tácita asociada al mismo y no promueven una concientización a vivir en realidades paralelas derivadas de las múltiples contribuciones que produce el pensar, sentir o creer diferente.
No todo vale en un juicio político
En cada historia por lo general, aun en las que prueben erráticas maneras de comportamiento social hay muchas aristas, que no necesariamente las hacen mejores o más válidas que las de cada uno, las hacen sencillamente diferentes y aunque pudieran no influir en nuestras propias convicciones siguen estando ahí para alguien más y son importantes para quienes las opinan.
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Quizá la teoría de Voltaire sea solo una quimera, o al menos lo seguirá siendo hasta que introspectivamente decidamos cambiar el rumbo a una tolerancia no teórica sino eficiente que a pesar de tantas diferencias, nos ayude a enfocarnos mejor en nuestras similitudes y no tan solo en los muchos desacuerdos. (O)
Álex Torres Espinoza, Samborondón