He reflexionado mucho sobre nuestra habilidad social como especie, y cada día estoy más convencido de que no somos seres sociales por naturaleza. Creemos serlo, pero en realidad somos seres sociales por conveniencia.

Si nos remontamos a los principios de la especie, los seres humanos teníamos otra dinámica: éramos cazadores recolectores y nos trasladábamos constantemente en pequeños grupos familiares en busca de alimento. No fue hasta la revolución neolítica cuando la especie descubre la agricultura y se convierte en sedentaria. Fue entonces imperativamente necesario vivir en comunidades, en las que sus individuos tengan diferentes tareas y objetivos por un bien común, que era mantener una fuente de alimento constante. Pero a pesar de haber dado el primer salto hacia la evolución de las sociedades, este también fue el principio de nuestros problemas, que se acrecentaron conforme las comunidades crecieron. No por el hecho de vivir en sociedades complejas debemos obviar el hecho de que lo hicimos por necesidad y conveniencia, no necesariamente porque nos amamos los unos a los otros. Si el ser humano fuese un ser social por naturaleza, estaría impregnado en nuestro ADN el respeto al prójimo y el cuidado del entorno que nos alberga.

Con el principio de los asentamientos sedentarios hace ya 12.000 años, también empezaron las guerras. Todo esto sin contar con que no nos importa cuánto consumimos y dónde termina la basura. Podría seguir exponiendo ejemplos hasta el cansancio, pero si hasta este punto usted, amable lector, no está de acuerdo conmigo, quisiera terminar con esta reflexión: piense qué sucedería si desde el día de mañana se abolen todas las normas, reglas y leyes sociales, es decir, desde mañana todos podemos hacer lo que nos dé la gana y no habrá consecuencias. ¿Le dio miedo? Diga la verdad. (O)

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Macario Stefano Rosania Larrea, Quito