El sistema educativo debería ser un espacio de igualdad de oportunidades, donde cada estudiante, sin importar su origen étnico o condición social, pueda desarrollar su potencial. Sin embargo, en Guayaquil esta promesa dista mucho de cumplirse. El racismo estructural continúa presente, afectando el acceso, la calidad de la educación y las oportunidades futuras de miles de niños, niñas y adolescentes racializados.

Padres, ¿saben dónde están sus hijos?

Las desigualdades comienzan desde la infancia. En sectores populares, como Monte Sinaí, Bastión Popular o la isla Trinitaria –donde viven numerosas familias afrodescendientes, montuvias e indígenas–, las escuelas suelen tener menos recursos, infraestructura deteriorada y alta rotación docente. La calidad educativa en estas zonas es visiblemente inferior a la de instituciones ubicadas en sectores céntricos o privados. A esto se suma la brecha digital, que se evidenció con crudeza durante la pandemia, dejando a miles de estudiantes sin acceso real a clases virtuales por falta de dispositivos o conectividad.

Pero el problema no es solo de acceso o infraestructura. En las aulas guayaquileñas, muchas veces se reproduce una visión monocultural que invisibiliza la diversidad de nuestros estudiantes. El currículo escolar rara vez incluye contenidos que valoren las culturas afroecuatorianas, indígenas o montuvias. Además, persisten estereotipos en el trato cotidiano: niños que son discriminados por su acento, por su cabello o por el color de su piel, y docentes que, muchas veces sin darse cuenta, reproducen prejuicios profundamente arraigados.

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Docentes firmes ante violencia creciente

Las consecuencias de esta exclusión son graves. Muchos jóvenes terminan abandonando el sistema educativo por falta de motivación, por no sentirse representados o simplemente porque las condiciones materiales lo hacen inviable. Esto perpetúa ciclos de pobreza y exclusión social. La educación, en lugar de ser una herramienta para cerrar brechas, termina reforzándolas.

Frente a este escenario, es urgente repensar el sistema educativo desde una perspectiva antirracista. Esto implica revisar el currículo, capacitar a docentes en temas de inclusión y diversidad, distribuir recursos con enfoque de equidad territorial y, sobre todo, abrir espacios reales de participación para las comunidades históricamente excluidas. No se trata solo de integrar a quienes han sido marginados, sino de transformar un sistema que ha normalizado la desigualdad.

Evaluación educativa

Guayaquil necesita mirar de frente el racismo que atraviesa sus aulas. No podemos seguir justificando la exclusión como una consecuencia inevitable de la pobreza o la “falta de esfuerzo”. El racismo estructural no se combate con discursos vacíos, sino con políticas concretas y con un compromiso social sostenido.

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Como dijo Nelson Mandela: “La educación es el arma más poderosa que puedes usar para cambiar el mundo”. Pero si esa arma está cargada de prejuicios, nunca lograremos el cambio profundo que nuestra ciudad necesita. (O)

Naomi Palomeque Poveda, Guayaquil