Érase un país cuyo enclave geográfico, orográfico y geológico que causaba envidia a otras naciones muchos menos agraciadas por la naturaleza. Disponía de todas las ventajas para hacer la vida agradable a todos sus habitantes. Ellos pensaron que distribuyendo equitativamente todos sus recursos de forma inteligente, podrían conseguir la excelencia.

Lo primero que se decidió para disfrutar de por vida de este paraíso fue crear un sistema en donde el ego, el capitalismo, la política y los dogmas se cargan en contenedores, herméticamente cerrados, y se envían al fondo del mar para siempre. Estas medidas anularían de raíz la envidia, la delincuencia, los presos, las cárceles, los ejércitos, las monarquías, las tiranías y las guerras.

La inteligencia no prosperó en el país y todos los sueños saltaron por los aires. De tal manera que su vulgaridad lo llevó a destruir su potencial, bien instaurado por los pioneros de la idea; convirtiéndolo en un Estado económicamente enfermo y endeudado hasta las trancas, con más esclavos y pobres. Las consecuencias no fueron otras que la búsqueda (como cualquier pecio hundido en el fondo del mar, repleto de oro, joyas, diamantes) de aquellos contenedores tan enigmáticos, que se enviaron al fondo del mar, y que la historia refería como hazaña de sus habitantes.

Publicidad

Como ya se entenderá, todo el contenido quedó liberado y, a día de hoy, campa a sus anchas por todo el país, sin ruborizarse. (O)

Jesús Sánchez-Ajofrín Reverte, Albacete, España