Recordamos las vivencias de la madre, del ser que nos trajo al mundo, lleno de amor; mujer de bien.

Con sus defectos y virtudes, recuerdo a mi madre, su belleza tierna, sencilla, humilde, espiritual, sabiduría, respeto, ángel y protección en los momentos más difíciles que hacía ver lo bueno y lo malo en la vida. Es incomparable el amor de una madre acariciando los cabellos de los hijos enfermos; aconsejando que sepan decir perdón, disculpas, gracias, por favor... Cuando yo le llevaba rosas a mi mamá, se regocijaba, agradecía y decía que en vida era mejor, no cuando ya no estuviera entre nosotros. Un día se convirtió en reina cuando la eligieron madre símbolo de una escuela en Santa Elena. Mientras mi padre practicaba deportes en una cancha, ella era sacrificada emprendedora y encargada de vender refrescos a los futbolistas. Llegó el momento que cumplió cien años de vida y nuestros corazones palpitaron de alegría, esa noche tan recordada escuchamos varias melodías que le dedicamos. Vengo de una familia en la cual se inculcó el sentido del esfuerzo y del amor para encontrar la felicidad, y el ejemplo de la madre buena que es eterno. Yo sé que mi madre está hoy en día en un mundo nuevo y goza de la vida espiritual que Dios da en la eternidad. (O)

Manuel Alejandro Reyes, doctor, Guayaquil