No cortes más vidas, mutante virus. Frecuentas cuerpos, dolor, contagias muchedumbres sin brincarte ningún país del mundo.

Rápidas pruebas de detección, hisopados, a receptores asintomáticos y no asintomáticos, y el COVID-19 esparce sus ráfagas mortales.

¡Dios mío!, sufrimos mucho por este galopante virus y las muertes. Se trastocan los comportamientos sociales. No reuniones. No fiestas. No visitas. No viajes. No espectáculos. No deportes. No trabajo. No estudios. No viajes. No dinero. No ventas. No compras. No gastos. No ganancias. No comercio. No besos. No abrazos. No darnos la mano, etc.

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Omitimos mostrar los rictus de penas, dolor. Clausuramos las sonrisas, risas, carcajadas. Ocultamos los jadeantes sollozos. Las bocas, las narices, tienen que estar tapadas impidiendo el paso del SARS (CoV).

El virus es arrogante, lastimoso, oculto; es una partícula microscópica que inmovilizas. Sí angustias. Sí temores. Sí disgustos. Sí soledad. Sí insolvencias... No pueden controlar el COVID-19. Camina, corre, vuela, libre sin determinados rumbos.

Rezos, misas, ofrendas, actos de contrición, bendiciones... Abrimos una brecha de la tapa para aspirar hálitos vivificantes.

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¡Dios!, no permita tanta crisis. Si la merecemos, tenga piedad de la humanidad. Las proféticas palabras de su bíblico libro, santas escrituras, ábrelas página a página con límpidas brisas, tornando felicidad al martirio, alegría a la tristeza, bendiciones al llanto, gozo a los corazones endurecidos, vida a la muerte, humanidad a la crueldad.

Confío en la infinita misericordia y el poder de la gloria del Señor. Volverá a recrear la vida, sana, pura, limpiando a este mundo de la corrupción. (O)

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César Antonio Jijón Sánchez, Daule