Viajar, partir, marcharse e irse. Aparentemente cada uno de estos términos pueden ser considerados sinónimos, pero cada uno de ellos encierra distintas connotaciones y disímiles motivaciones que en su momento destellaron en el pensamiento, alegrías, llantos o silencios de quienes partieron hacia la conquista de metas que el viajero pretende alcanzar al alejarse de su tierra, sin saber a ciencia cierta si regresará o nunca volverá.
Su partida siempre será una aventura, que el inescrutable destino no le garantiza, ni le avizora contra quien o contra quienes se tendrá que enfrentar. El viajero solo deposita su futuro en el optimismo, y su empeño en positivas expectativas compactando mentalmente sus fuerzas a fin de no encontrar consecuencias traicioneras que lastiman el cuerpo y muerden hasta el alma.
Cuando el viajero toma esa decisión ya no hay vuelta atrás, por más advertencias o consejos que reciba. El sentido de la flecha en su corazón marcó el rumbo destinado al objetivo propuesto, el de llegar a establecerse en un nuevo país, empujado e inducido de un hado o sino que es incontenible más que su propia voluntad. Y ya estando, donde quiso llegar, tratará por todos los medios habidos y por haber de afincarse para contribuir con su contingente humano poniendo a disposición sus facultades físicas, morales e intelectuales a favor de la patria, que le ayudará a lograr la superación personal.
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Es penoso que una vez que llega a su país de destino recibe preguntas de cómo, cuándo y por qué está ahí, eso es algo muy personal. El quid del asunto es que ya está dentro de ese territorio convertido en emigrante, y esa condición tiene protección dentro del derecho internacional y también goza de protección de estatus migratorios emitidos por la Organización de Naciones Unidas (ONU). El viajero, mal calificado de inmigrante ilegal, no es culpable que ciertos países no cuiden sus fronteras y por ahí se colen los emigrantes. Eso es problema del control fronterizo de cada país. Pero la persona ya dentro de esa circunscripción territorial goza de protección. Pero aquello de denigrar, vejar, encadenar, apresar y expulsar, por el solo hecho de querer permanecer en ese país es flagrante violacion a los derechos humanos. Sintetizando: el derecho internacional de aplicación universal proclama que el migrante, independientemente de su estatus migratorio y de la condición que fuere, de llegar a un país, este debe brindarle y mostrarse como país de acogida, garantizando el derecho a su integridad física, bienestar y desarrollo inclusivo.
No existe argumentación razonable para que el país de acogida, aun aplicando sus leyes internas, actúe a espalda del derecho internacional. El viajero o inmigrante llega impoluto a brindar sus conocimientos, sapiencias, habilidades, destrezas y experiencias laborales a fin de devengar un sueldo para subsistir en el concierto ciudadano de esos países de sociedades consumistas, creando con su desempeño laboral auge a esas economías que todavía por políticas represivas no están debidamente valorizando como fuente del desarrollo en esos países.
Viajeros de mi patria, jamás presten la menor importancia a malsanos calificativos que ciertos mal informados os califican, ellos no saben de las peripecias, del sufrimiento de estar alejados de su familia, amigos y de su tierra. Salud, migrantes, que un día valientemente salieron en busca del bien de tu familia. (O)
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César Antonio Jijón Sánchez, técnico de mantenimiento, Daule