La primera vez que fui al Valle del Jerte íbamos buscando el Monasterio de Yuste, donde decían que se había retirado del mundanal ruido el hombre más poderoso de su tiempo, Carlos I de España y V de Alemania. Imaginaba al emperador jubilado lanzando el sedal terminado en anzuelo al estanque desde su terraza. Lo imaginaba asistiendo a la misa católica desde su cama cuando padeció de alguna dolencia que le impedía abandonar el lecho. Lo imaginaba sosteniendo profundas conversaciones con su hijo y heredero Felipe II sobre la administración de un imperio donde no se ponía el sol. Más tarde se constituyeron la Academia, premios y cursos.