Una peluca, un filtro de belleza y algo de ingenio bastaron para que cientos de hombres cayeran en la trampa de Sister Hong, alias de Jiao, un hombre de 38 años que se hizo pasar por mujer para seducirlos, grabarlos en secreto y vender las grabaciones por internet. En su apartamento había cámaras ocultas. El contenido se ofrecía por suscripción: 150 yuanes (alrededor de 20 dólares).

El caso, ocurrido en China, revela una verdad incómoda que no reconoce fronteras: el consentimiento basado en el engaño no es consentimiento, sino una ficción construida. Lo perturbador no es solo el crimen, sino lo fácil que se vulnera la dignidad cuando el abuso se disfraza de deseo.

La vida es hoy

Pero lo más inquietante vino después. Cuando las víctimas descubrieron que aquella mujer de voz dulce y blusa floral era un hombre con cámaras ocultas, muchos no huyeron. Algunos regresaron. Otros se sumaron como suscriptores. De esa mezcla de desconcierto, resignación y deseo nació la frase viral que lo resumió todo: “Bueno, ya estamos aquí”.

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Y no, no es solo una broma. Es el síntoma de una época que ha hecho de la ironía su escudo y de la resignación su lenguaje. Una generación que prefiere burlarse antes que admitir que fue engañada. Ante el abuso, se esconde tras un meme. Frente al fraude, responde con sarcasmo.

“Ya estamos aquí” no es solo una frase. Es el eslogan emocional de una cultura que confunde pasividad con sofisticación y aceptación con madurez. Y ese mismo “ya estamos aquí” también retumba en las urnas. Votamos por quienes ya nos traicionaron, repitiendo mantras como “mejor el diablo conocido”. Como si la corrupción se pudiera maquillar. Como si repetir errores fuera más seguro que exigir decencia.

Necesaria educación financiera

Entonces, Sister Hong, presidenta, ¿no? Al menos Jiao se tomó el trabajo de construir un personaje. Hubo disfraz, historia, esfuerzo. Otros ni eso: llegan sin máscara, con el cinismo tatuado en la cara, y aun así reciben votos, aplausos y reelecciones. Y cuando vuelven a traicionar, repetimos como mantra: “ya estamos aquí”. Como si reconocer el desastre bastara para justificar la complicidad.

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El caso de Jiao revela algo más crudo: muchos consintieron después del engaño. No porque el daño desapareciera, sino porque resultaba más fácil adaptarse que confrontar. Es más cómodo resignarse que admitir que el deseo fue manipulado. ¿Te suena? Nos pasa con el poder también.

Nos venden esperanzas huecas. Se burlan de nuestras expectativas. Y en vez de exigir cuentas, buscamos razones para quedarnos. Porque aceptar el engaño es duro, pero admitir que elegimos quedarnos, duele más.

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Necesitamos más seguridad

En redes, Sister Hong se volvió viral. La humillación hecha mercancía. Todo muy divertido, hasta que uno recuerda que detrás hay rostros, nombres, vidas expuestas. Pero claro, ya estamos aquí.

¿Conoces a algún Sister Hong de la política? Ese que prometió dignidad y entregó cinismo. Que juró acabar con la corrupción y terminó repartiendo hospitales y contratos como botines de campaña. Que se fue por la puerta trasera. Que ofreció un “nuevo país” y gobernó con los mismos de siempre, con planillas recicladas y discursos vacíos. Sí, ese. Envíale esta nota, para que sepa que lo vimos y que aunque ya estemos aquí, todavía tenemos tiempo para decir: hasta aquí. (O)

René José Betancourt Cuadrado, abogado internacionalista, Quito