En los últimos años, la publicidad ha dado un giro notable: la interacción humana ha dejado de ser el centro de la felicidad representada. Ya no predominan las escenas de amigos compartiendo, familias reunidas o parejas viajando. En su lugar, vemos jóvenes en soledad, en espacios ordenados y silenciosos, acompañados como mucho por una mascota. Se nos muestra un ideal de autosuficiencia, introspección y paz individual.
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Este cambio responde, en parte, a tendencias sociales actuales: el auge del autocuidado, el individualismo contemporáneo y la influencia de una cultura digital que ha desplazado la presencia física. La pandemia también reforzó la idea de que la soledad puede ser refugio y bienestar. La publicidad lo ha entendido y capitaliza este deseo de control, calma y desconexión de los demás.
Sin embargo, este ideal plantea riesgos. Se está instalando una visión de felicidad profundamente solitaria, donde la conexión humana parece innecesaria o incluso indeseada. La autosuficiencia emocional es valiosa, pero no puede convertirse en una excusa para renunciar al encuentro con el otro.
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La verdad, tan simple como olvidada, es que la felicidad humana depende irrefutablemente de la calidad de nuestras conexiones. No es solo una cuestión emocional: estudios en psicología y salud lo confirman. Podemos disfrutar de momentos de soledad, pero el sentido profundo de la vida se construye con otros.
La publicidad, al moldear aspiraciones, tiene la responsabilidad de no perder de vista esta dimensión esencial de lo humano. (O)
Paula Pettinelli Gallardo, Guayaquil


















