Son muchas las quejas de nuestro sistema educativo, pero al parecer no somos los únicos, en redes sociales vemos quejas en el mismo sentido de países vecinos.

Esto llevaría a creer que existe un superente internacional que está destruyendo el futuro de niños y jóvenes. Cada año bajamos el nivel de exigencia en el aula; en mi opinión, el propio Ministerio de Educación actúa en contra de su visión, que proclama una educación con “calidad, calidez, integral, crítica y con valores”.

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Perdonar todo en las escuelas y colegios no es educar. Empecemos por los atrasos y las faltas a clase, que ya no son causales para perder el año. Esto provoca faltas constantes y padres que no justifican dichas ausencias, un antivalor que atenta contra la formación en responsabilidad. Con esto les decimos a los chicos que la puntualidad y asistir a clase no son muy importantes.

Educación mediante deportes electrónicos innovadores

Aprobar el séptimo año sin saber leer, escribir, sumar, restar, multiplicar y dividir no es educar. Dejando de lado a los estudiantes con necesidades educativas específicas, es común encontrar esta amarga realidad en la gran ciudad; no hablo de centros rurales. ¿Cuál es el problema? Nadie pierde año en este nivel. Inculcamos el antivalor de la mediocridad –rayando en el analfabetismo–.

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Pasar de año por pasar, exigiendo menos, no es educar. En el colegio estamos formando una generación con mentalidad de mínimo esfuerzo, pues saben que aprobarán el curso, aunque no luchen por estudiar ni cumplan sus actividades; a esto se suman los vacíos por las inasistencias. Este es otro antivalor que contradice la visión de una educación con calidad e integralidad. Mantener a chicos con problemas (empleo un eufemismo) junto al resto no es educar.

La Constitución y las leyes son claras: la educación es un derecho; sin embargo, si uno o dos de estos jóvenes problemáticos permanecen en el aula, se vulnera el derecho a la educación del resto.

‘Metamorfosis’

Además, se afectan la seguridad y la salud mental de toda la comunidad educativa. El Estado debería crear planteles especializados para estos casos, con profesionales y tratamientos que realmente ayuden a estos jóvenes.

Graduar bachilleres que no saben lo mínimo indispensable no es educar. El año pasado, una madre de familia escribió: “Hay bachilleres que no saben multiplicar ni escribir”. Claro está, con las excepciones del caso.

Esta es una triste realidad de nuestro sistema educativo, cada vez más permisivo y con menos exigencia en el aprendizaje. Se sobreprotege al estudiante de bajo rendimiento y al de mal comportamiento, lo que promueve antivalores, como ya se explicó.

La lectura hace reales los misterios

¿Quién ideó este plan para destruir los valores en la sociedad? Los jóvenes salen al mundo pensando que lo vivido en la etapa escolar es “normal”, donde todo parece fácil y sin esfuerzo. Repensar la educación se vuelve una tarea urgente, pues hoy hablamos en un lenguaje distinto al de la vida real. (O)

Julio César Navas Pazmiño, licenciado en Ciencias de la Educación, Guayaquil