“En un mundo sembrado de odio, el amor ha querido habitar, una Virgen nos dio la alegría, una Virgen nos trae Navidad”, es la letra de la canción que aprendí con el padre José Gómez Izquierdo, que fuera párroco de una iglesia en la Ferroviaria. Durante mi adolescente proceso de formación católica, convenciéndome de que la Navidad es tiempo de esperanza, unidad y alegría. Sin embargo, este tiempo es también cuando se desentraña esa realidad que permanece oculta los meses anteriores del año y como ritual esperado emerge para que, ruidosa y coloridamente, hacernos “vivir” regalones, bonachones y hasta descubridores de amigos secretos, sin que falten los trajes de “fuste”, regalitos de envolturas vistosas y quizás la entrada de un costoso bien que nos dé “estatus”, para lo cual hemos agotado los ahorros del chanchito, desplumado el pavo para la cena del 24, agotado el décimo tercero (si tenemos trabajo formal), seguramente todo adquirido en algún mercado de oportunidad, en la Bahía, en las Cuatro manzanas o en cualquier mall.
Diez tradiciones navideñas extrañas en todo el mundo
Todo es parte de una tradición que hemos ido teatralizando, copia y pega de costumbres gringas y europeas porque hasta con nieve lucen nuestros extremadamente iluminados arbolitos en tiempo de estiaje y poco llamativos pesebres cariñosamente visitados por pastores, reyes, piadosos animalitos de toda índole y, sobre todo, musgo natural que está en extinción, propio del páramo, por cierto, nacimientos muy inspiradores por la Navidad. Pero la realidad que encubrimos es la desigualdad, el desempleo y el hambre, que son formas de violencia, injusticia y falta de libertad puestas en evidencia en estas fiestas, en donde la miseria con cara de mendicidad se muestra en las calles en las personas que menos tienen estirando sus manos en pos de algo; en los que carecen de todo, pidiendo cualquier cosa; en los niños que se exponen y en las madres que pierden la vergüenza para implorar por dádivas. Yo, entre muchos, solo he juzgado y he dado muy generoso lo que me sobra, a veces con desdén para lavar mis pecados. Pero ahí está la realidad que se esconde detrás del ritual que no termina si no después de la cena de fin de año en que con camaretas, chispeadores y fuegos artificiales hacemos trizas al año viejo que nos indica que hay que volver a la rutina.
Vuelvo entonces a la canción inicial: “Cuando el hombre abandone la guerra. Cuando el odio se vuelva amistad, (...) Cuando amemos habrá Navidad”. (O)
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Joffre E. Pástor Carrillo, educador, Guayaquil