Quiero desearles a todos una feliz Navidad, incluso a los que se portaron mal y a los que se portaron no tan mal. De manera especial, quiero darles este mensaje a todos los niños de todos los hogares del mundo. Sí, a ellos que sueñan con el regalo de sus preferencias, a los niños pobres, que miran en las vitrinas de los centros comerciales, o en los puestos en la Bahía, o en los mercados, o plazas destinados para su exhibición y venta. Niños que al final del día se conforman con unos caramelos, o con un carrito de plástico o de fricción. Sí, mi felicitación es para todos, en especial para ellos.

De manera especial, para aquellos niños que sufren los horrores de las guerras, del hambre, de enfermedades incurables, de las inundaciones, del cambio climático; también para los niños migrantes que acompañan a sus padres por parajes peligrosos hasta alcanzar el destino final que escogieron para darles una mejor vida.

Para aquellos niños que no entienden qué está pasando a su alrededor, del que solo recordarán que un día estaban en compañía de sus padres y que ahora ya no están, que están solos, o destinados a lugares de protección humanitaria, con poco alimento y agua, para subsistir, gracias a organismos humanitarios, que se encargan de protegerlos.

Publicidad

En mi niñez, la celebración de la Navidad era más sencilla: una taza de chocolate caliente y un pedazo de pan de Pascua, en ocasiones acompañadas de unas uvas chilenas importadas, pues las de Paute no se las conocía.

Papá Noel fue el invento perfecto para entregar los regalos que los pedías en una cartita, hecha por ti o ayudado por tus padres, que fabulosamente partía desde el Polo Norte, en un gran trineo, cargado de juguetes, tirados por renos, en especial uno de la nariz roja.

Este señor mayor, con barbas blancas y traje rojo, bien gordito, se deslizaba por estrechas chimeneas, en las casas donde iba entregando los juguetes que los niños le habían solicitado, que dejaba junto al final de la chimenea en cada casa visitada. Qué decepción cuando ya eras más grandecito y descubrías que Papá Noel era tu propio padre.

Publicidad

En tiempo de Navidad, los niños, -me incluyo-, queríamos irnos a dormir temprano, para despertarnos el 25 de diciembre y encontrar los juguetes que nuestros padres nos habían comprado. Nos sentíamos muy felices y después del desayuno bajábamos al portal, a enseñarles a nuestros amiguitos del barrio los regalos recibidos, que iban desde un carrito de fricción hasta una bicicleta, de acuerdo con nuestra edad.

Las cosas del tiempo de Navidad en el presente han cambiado radicalmente, es casi una suerte de frenesí y en ocasiones de rabia individual y/o colectiva, donde todos andan apurados, estresados, cansados y molestos, por cuanto todo se acumula, el tránsito es un caos, las obligaciones laborales se multiplican, la compra de regalos (si tienes para regalar) resulta un problema mayor; en fin, es una semana previa terrible, donde afloran pasiones y rencores guardados, o con llanto en los ojos por los que se fueron años atrás y que añoras sus recuerdos y mucho más si se fueron en estos días navideños al punto que decides, ese día, quedarte en casa con los más cercanos familiares y acostarte a dormir temprano.

Publicidad

Tranquilízate, que la verdadera Navidad no son los regalos que recibes o que das, la verdadera Navidad está en recibir con ternura al Niño Dios, o como lo llames, o lo llamen en otros lugares del mundo. Recuerda que la Navidad es amor y perdón. Lo demás vendrá por añadidura. Como efecto saludable de los dos primeros, que debemos poner o anteponer frente a cualquier otro sentimiento.

Les deseo una feliz Navidad, especialmente a mi familia, la más cercana y la lejana, para mis amigos, los más lejanos y los cercanos, para que puedan realizar con éxitos sus planes y programas propuestos. Les deseo una feliz Navidad también a los medios de comunicación que diariamente nos informan y nos previenen con sus noticias cómo cuidarnos de la delincuencia y de los fenómenos naturales. También mis deseos son para el papa Francisco, para las iglesias del mundo y para los dirigentes de las grandes potencias, incluido el presidente del Ecuador, sus familiares y aliados políticos, para que reflexionen que para obtener la paz siempre el diálogo será mejor que la guerra.

¡Feliz Navidad para todos ustedes! (O)

Sucre Calderón Calderón, abogado, Guayaquil

Publicidad