Desde el mismísimo nacimiento, los bebés se sumergen en un fascinante mundo de estímulos visuales y auditivos. Este baile sensorial, digno de una pista de baile intergaláctica, es esencial para que los pequeños humanos aprendan ese hechizo mágico llamado lenguaje. A los seis o nueve meses comienzan a balbucear, a asociar sonidos con objetos y a descifrar los misterios del mundo real.

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A medida que estos pequeños exploradores alcanzan los dos años, ya poseen un vocabulario de aproximadamente 300 palabras. Pero ¿cómo se gesta este milagro lingüístico? Un grupo de investigadores de la Universidad de Nueva York, armados con cámaras y un arsenal de pañales, estudió la vida cotidiana de un bebé durante su primer año. ¿El resultado? No solo confirmaron la conexión entre lo visual y lo lingüístico, sino que también dieron a luz a una inteligencia artificial (IA) que aprende como lo hacen los bebés.

El resultado: una IA que puede identificar objetos como un bebé que señala su primer juguete.

Wai Keen Vong, un héroe con bata de laboratorio, explica que, aunque la IA necesita montañas de datos, los humanos logran una comunicación eficiente con solo unas pocas palabras. Para desentrañar este misterio, el equipo observó la vida de Sam, un bebé australiano que llevaba un casco con cámara.

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Sam, con su casco espacial, nos reveló cómo conecta palabras con lo que ve y oye. Sus padres, en lugar de etiquetar cada objeto como guías turísticos verbales, le hablaban en un contexto natural. ¡Un desafío lingüístico de nivel bebé olímpico!

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Entrenaron a la IA, bautizada como CVCL (child’s view for contrastive learning, ‘aprendizaje contrastivo desde la perspectiva del niño’), con imágenes y transcripciones de las andanzas de Sam. El resultado: una IA que puede identificar objetos como un bebé que señala su primer juguete. ¡Un hito para la inteligencia artificial! (O)

Roberto Camana-Fiallos, docente investigador, Ambato