Cuando le preguntaron a Miguel Ángel cómo había sido capaz de crear las bellas esculturas, respondió que él solamente las descubrió, que siempre estuvieron ahí en el mármol. Y así es en todo: se necesita descubrirse a sí mismo todos los privilegios del que nos ha dotado Dios. ¿Cómo hacerlo? Pues buscando.

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El alma hay que buscarla mediante la oración, la meditación, el amor, adentrarse en ese enigmático y mágico mundo interior que es la esencia de donde venimos, conversar con Dios en el más bello idioma que se conoce, “el silencio”, porque él lo hace todo en silencio. Imagínense construir todo un universo y localizarse en este pequeño planeta para crear un mundo de maravillas donde el sol jamás deja de brillar, donde la luna no deja de anunciar el vaivén de las olas, donde el aire no se cansa de permitir inhalar y exhalar a los pulmones en una sinfonía de vida, donde el agua se transforma en líquido, sólido y gaseoso, asumiendo responsabilidades en cada uno de sus estados, donde el fuego es capaz por sí mismo de dar luz y al mismo tiempo sin control destruirlo todo con los desastrosos incendios y la tierra a la cual no nos cansamos de pisar pese a que nos alimenta y que después se convertirá en nuestro transitorio cielo, y así iremos descubriendo que todo lo que se crea no se destruye, se transforma en una eterna danza de ternura mientras el alma sigue su vuelo eterno hacia lo infinito. Es lo único que nunca termina.

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Y el cuerpo transitorio y deleznable hay que perfeccionarlo hasta donde se pueda sabiendo que es vulnerable, ejercitándolo con los deportes y nutriéndolo con los alimentos más adecuados para que se nos haga más placentero nuestro viaje por este bello planeta llamado Tierra. Ah, ¿y Dios?, no se olviden que Él no habla personalmente, pero todo lo que vemos nos habla de lo maravilloso que es. (O)

Hugo Alexander Cajas Salvatierra, médico y comunicador social, Milagro