Aprovechando el último feriado que adelantaron al viernes 30 de abril, por el 1 de mayo, y el obligado confinamiento de fin de semana, salimos a la playa el jueves después del almuerzo, llegamos a las seis de la tarde. Mi hija y mi nieto habían llegado antes.

La noche del jueves y la mañana siguiente estuvieron muy frías, cielo nublado, mucho viento, y tardes agradables. El mar amanecía agitado. Me comentó el guardián que era por el aguaje. En la tarde del viernes presencié la caída del sol muy diferente a la acostumbrada, era un sol rojo en forma de rectángulo que se escondía sumergiéndose en el mar; un espectáculo maravilloso. Para mí un feriado frente al mar me llena de vida y regreso con más vida de la que llevé, a seguir con la lucha por la existencia cuidándonos en casa. Sábado 1 y domingo 2 de mayo estuvieron soleados, pero por el toque de queda y el confinamiento no pudimos bajar a la playa. Gracias a Dios no estaba prohibido mirar el mar. Y así pasamos hasta el lunes que muy temprano en la mañana aprovechamos el mar hasta el mediodía que emprendimos el viaje de retorno a Samborondón. Los días del confinamiento hubo pocos turistas que bajaron a la playa y se metieron al mar. Sí hubo patrullaje de la Armada y ordenaron que salieran a los bañistas y les tomaron fotografías; se fueron los marinos y la gente volvió al mar con sus parasoles, carpas y sillas. Unas dos horas más tarde pasaron los vehículos de la Policía, con un camioncito en el que embarcaban lo que encontraban en la playa; la gente apresurada desmantelaba las carpas y cargaba sus sillas para evitar que les confiscaran sus enseres playeros. Así somos los ecuatorianos, no nos gusta acatar las órdenes de las autoridades, aun en pandemia, y nos quejamos de que no hay oxígeno, camas en las UCI, que aumentan los contagios y muertos. (O)

Sucre Calderón Calderón, abogado, avenida Samborondón