Cada 14 de febrero se celebra el Día de san Valentín o Día de los enamorados, Día del amor y de la amistad. San Valentín fue un mártir que arriesgaba su vida para casar cristianamente a las parejas durante tiempos de persecución; es patrón de los enamorados.
De otro lado, los griegos, describieron cuatro representaciones del amor: Eros, Storgé, Fileo y Ágape. Por ejemplo, el amor, Ágape, ama sin importar las consecuencias, un asunto de la voluntad.
En la sociedad actual se han desviado estos conceptos generando confusión en las relaciones carnales llamándolas vulgarmente “hacer el amor”.
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Opino que la verdadera amistad emula simpatía, ternura, respeto, alianza y puede durar toda una vida; es benignidad. En cambio el amor de la pareja (mujer y hombre) se mantiene con custodia, mimos..., pero al final de la vida muchas son insensibles a cualquier expresión de gratitud.
Pero a nuestro Dios, el Creador, lo adoramos, le entregamos nuestro ser.
Los psicólogos exaltan el amor propio, o la autoestima, como la aceptación que tenemos de nosotros, esencial para nuestra salud emocional.
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Un pensador describió al amor como un espejismo (ilusión, ensueño) que puede durar segundos como el llamado ‘amor a primera vista’, o puede mantenerse mientras existimos, como el de amantes del arte (pintores, músicos, escritores, poetas, etc.).
Por siglos se mantuvo al corazón como el depositario del amor, hasta cuando la ciencia detectó en el tejido cerebral los centros del afecto, cariño, simpatía, y los centros que emulan el odio, desprecio, engaño, el desamor, o lo que es más penoso, la indiferencia.
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En Corintios 13: 4-7, Dios dice: “El amor es paciente, es bondadoso, no es envidioso ni jactancioso ni orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja fácilmente”. Amén. (O)
Guillermo Álvarez Domínguez, médico, Quito