En la actualidad vivimos tiempos donde el facilismo reina y la apariencia importa más que el fondo, el talento auténtico ha pasado a ser una amenaza. Es lamentable que ahora quien piensa, cuestiona y propone suele incomodar a quienes se conforman con la inercia del “siempre se ha hecho así”. Haciendo, de esta forma, que en lugar de celebrarse la excelencia esta pasa a molestar. Y en lugar de abrir caminos, se cierran las puertas a quienes podrían elevar el estándar del status quo.
Vivimos realidades o soñamos momentos
Ser valioso en un entorno que es incapaz de avalar una idea diferente, un proceso que avanza y acorta el objetivo a conseguir, en muchas ocasiones se transforma en una condena para esa persona; sin embargo, no por falta de mérito, sino por exceso de conciencia. Porque el sistema premia la obediencia por encima de la visión, lo manejable por encima de lo brillante. Y así, el talento se convierte en carga: no solo por lo que aporta, sino por lo que soporta.
Las personas verdaderamente comprometidas, las no sumisas, las que piensan y cuestionan procesos o situaciones, terminan haciendo más de lo que les corresponde, corrigen errores ajenos, sostienen silencios incómodos y son invisibles en el éxito colectivo. Sin embargo, a pesar del desgaste, estas personas persisten. Porque la pasión por la excelencia no negocia con la mediocridad, y el compromiso auténtico –aunque tarde– siempre encuentra su eco, y tiene su recompensa.
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Esta carta no es un lamento, sino un llamado de atención a la sociedad actual. A no dejarse diluir en la comodidad del mínimo esfuerzo, sino al contrario; resistir con lucidez, incluso cuando el reconocimiento no llega.
Recordemos, queridos lectores, que el verdadero talento jamás se doblega, el verdadero talento transforma, incómoda y, finalmente, llega a trascender. (O)
Marie Claire Weber Gómez, abogada, Guayaquil