El sedentarismo emocional y la autodeterminación de no afrontar, a veces, el sufrimiento e intentar superarlo –contrario a aceptarlo– incrementa el agotamiento al caminar y cala mucho más que cualquier adversidad. Todos necesitamos, en ocasiones, un periodo de duelo, de la forma que mejor podamos atravesarlo o enfrentar lo que nos duele; pero –como ocurre habitualmente en la vida– hay que reiniciar, sin quedarnos sentados viendo la existencia pasar, sin hacer nada para transformar, sin saber hacia dónde apostar, sin querer arriesgar, y deseando que todo sea distinto sin empeño ni lucha.
O, peor aún, atribuirlo a un entorno cultural, moral, situacional o social que, finalmente, nos conduce a una mediocridad que gira a nuestro alrededor, envolviéndonos en desaliento y negatividad; arrastrando a quienes orbitan en nuestro campo emocional y que acaban afectados por la ejemplificación de conductas evasivas ante los retos que les mostramos. O simplemente gravitacionales, donde se disuelven las expectativas de mejora, porque el peso de las dificultades se convierte en el anclaje más poderoso: nos inmoviliza y bloquea nuestro andar.
Ninguna circunstancia desafiante –por pequeña o compleja que sea– se resuelve al intentar eludirla; por el contrario, se profundiza, altera la calma, perturba la paz, se fortalece y pesa aún más. Pero nada que cause aflicción perdura más de lo necesario. Tal vez, en ciertas ocasiones, se extiende un poco para obligarnos a aprender o para quebrar nuestra terquedad. Y, del mismo modo, lo que nos hace bien solo se prolonga cuando nosotros lo decidimos y le añadimos el trabajo necesario para hacerlo duradero.
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Repetimos una y otra vez, como mantra, que “lo que es para ti, será”, y aunque puede ser un buen punto de partida para decretar, las cosas no siempre suceden por casualidad –como nos enseñaron a soñar–, sino más bien por causalidad y por la comprensión de que, para lograr, se requiere mucho esfuerzo. Y que, después de esos intentos frecuentemente agotadores e inagotables, la recompensa de lo conseguido, al final, se siente mucho más gratificante.
No se trata de que existan generaciones de hierro ni tampoco de cristal; tal vez solo sean etiquetas que distinguen a quienes eligen la agonía de aquellas que se esfuerzan por vencer. No todo depende de la suerte, ni lo mejor suele ocurrir por el azar. Y sí, claro que hay quienes avanzan con mayor facilidad que otros, por la razón que les queramos atribuir. Pero son los cambios, nuestra forma de afrontar lo positivo y lo no tanto, lo que trae consigo la posibilidad de crecimiento, además de nuestra evolución constante, los que enriquecen nuestra manera de actuar, relacionarnos, encarar y disfrutar cualquier circunstancia que se presente y convertir cada una en una verdadera ocasión de transformación y oportunidad. (O)
Álex Torres Espinoza, Samborondón