En Guayaquil vivimos sumidos en un descontrol acústico alarmante. Es cada vez más común que los ciudadanos suframos un ambiente saturado de ruido: parlantes a alto volumen en los hogares, bocinas estridentes de vendedores ambulantes, pitos excesivos de buses y música elevada en toda esquina. La contaminación sonora se ha vuelto parte del paisaje urbano, sin que las autoridades tomen acciones firmes al respecto.
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Sin embargo, lo que más me ha llamado la atención en los últimos tiempos es una nueva y absurda “moda”: farmacias colocando parlantes con música a alto volumen en las entradas a dichos locales, justo en las avenidas principales. Esto ocurre a la vista y paciencia de todos, incluyendo peatones, moradores y autoridades que parecen no inmutarse.
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Resulta contradictorio y hasta irrespetuoso, ¿cómo va uno a una farmacia? Por lo general, va preocupado, porque un familiar está enfermo, porque no alcanza el dinero para comprar un medicamento o porque busca una medicina escasa. No tiene sentido que, en medio de esas circunstancias, uno se vea obligado a escuchar música estridente como si se tratara de una feria.
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Esto no es solo una molestia, se llama contaminación acústica y afecta directamente la salud, el estado de ánimo y el bienestar de los ciudadanos. Por ello, hago un llamado urgente al señor alcalde de Guayaquil y a los señores concejales, para que atiendan esta problemática, función para la que fueron electos por la ciudadanía, entre tantas cosas que requieren atención. Ya es hora de poner límites y recuperar el respeto y la tranquilidad ciudadana. (O)
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Konrad Alvarado Merino, máster en Ciencias de la Educación, Guayaquil