Ecuador atraviesa una etapa crítica en el ámbito educativo. Las cifras son tan alarmantes como dolorosas: más de 450.000 niños, niñas y adolescentes permanecen hoy fuera del sistema escolar. Esta exclusión, lejos de ser solo un problema estadístico, representa una herida abierta en el tejido social de la nación, una amenaza silenciosa contra su futuro y estabilidad.
Debemos reconocer que la deserción escolar, en muchas regiones del país, no es una elección sino una consecuencia impuesta por la realidad. La pobreza extrema, la inseguridad, la migración forzada, la violencia intrafamiliar y estructural, así como la falta de condiciones mínimas para enseñar y aprender, han minado el derecho fundamental a la educación. Escuelas sin servicios básicos, techos destruidos por el tiempo, maestros sobrecargados y sin acompañamiento, entornos hostiles… ¿Cómo podemos exigirle a un niño o joven que imagine un futuro cuando el presente lo margina?
Considero que lo más alarmante: esta exclusión no solo los aleja del conocimiento, sino que los expone a redes delictivas que encuentran en la vulnerabilidad un terreno fértil para sembrar el miedo y reclutar a menores. Cada niño fuera del aula es una oportunidad para quienes comercian con la vida ajena. Las bandas criminales no necesitan esfuerzo para captar a quienes han perdido la esperanza. Así, lo que debería ser un espacio de protección como la escuela, termina siendo sustituido por la calle, la violencia y la ilegalidad.
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Es momento de que las autoridades y nosotros como sociedad dejemos de maquillar este problema con discursos vacíos.
Es urgente repensar nuestro modelo educativo en Ecuador desde una mirada humana, integral y estructural. Se debe invertir en educación, no se trata únicamente de construir aulas o distribuir textos escolares, sino que se trata de crear un ecosistema donde aprender sea una experiencia segura, significativa y transformadora para los estudiantes y para los docentes. Se trata de formar y educar ciudadanos con pensamiento crítico, con dignidad, con herramientas para poder romper ciclos de pobreza y exclusión.
La paz: materia prima más valiosa
En esta carta no hablo desde la queja, sino desde la preocupación activa por esta área. Invito al Estado ecuatoriano, a la sociedad civil, al sector privado, a los medios de comunicación y, especialmente, a las comunidades, a encender un debate profundo, sostenido y ético en torno al destino educativo de nuestro Ecuador. No hacerlo sería aceptar, con resignación, la continuidad del abandono y, con ello, la reproducción de la violencia.
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Porque cuando se margina a un niño del aula se le arrebata la oportunidad de soñar, se debilita el tejido social y se condena a la sociedad entera al estancamiento. No podemos permitirlo. La educación no puede seguir siendo una promesa pendiente. Debe convertirse en una prioridad impostergable. (O)
Juan Guillermo Loor Vergara, Guayaquil