Se presenta una breve lectura espiritual del problema por el que atraviesa nuestro país, convertido hoy en capital imaginaria del reino infernal, gracias a que un gran número de sus pobladores ha decidido entrar por la puerta ancha de la perdición y la corrupción, otra elevada cantidad de sus habitantes decidió que es más fácil robar que trabajar, sumándose a quienes aman el dinero fácil, a los bravucones que amenazan al prójimo y los despojan de sus bienes para deleite propio y del gremio de cleptómanos.
Por otra parte, no llueve en el país porque no hay temor de Dios, ni arrepentimiento, ni vergüenza. Ni siquiera una pizca de sensibilidad, ni una muestra del deseo de compartir con el que menos tiene, con el que sufre y llora su desgracia. Se extinguió la bondad y el amor ya fue castigado y crucificado.
Aparece el mal que emerge de las tinieblas, pululan los espíritus malignos que apagan las luces para hacer tropezar a la nación entera. De la oscuridad surgen: la idolatría, el desamor, la violencia, el robo, la mentira y la codicia. Los malos elementos pretenden quitarnos la esperanza.
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Congreso Eucarístico: evento de fe y unidad
Algunos ciudadanos prefieren huir de un país asfixiado y agobiado, un moribundo con pocas esperanzas, un desahuciado a punto de exhalar su último suspiro.
Sin embargo, no todo está perdido. Hay un grupo de personas que buscan y encuentran fórmulas para convertir la desgracia en oportunidad, la oscuridad en luz, la caída en oportunidad de levantarse y rehacer este país roto en mil pedazos.
Debemos volver a los caminos del bien, de la seguridad y de la justicia, sabiendo que la justicia es un bien que solo se logra a través del compromiso social y la focalización de esfuerzos hasta alcanzar la paz que todos anhelamos. En otras palabras, debemos pedir perdón a Dios, retomar el buen camino y buscar refugio en sus brazos amorosos. (O)
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Gustavo Vela Ycaza, Quito

















