Es verdaderamente espeluznante y preocupante la situación de inseguridad que vivimos los ecuatorianos día tras día. A diario, observamos en noticieros locales que se registran delitos, desde robos y sicariatos hasta actos de corrupción, sin contar expendio de droga y las llamadas “vacunas”, que no son más que descaradas extorsiones que buscan vaciar los bolsillos de los ciudadanos. Vivimos en la tierra de “nunca jamás”, en donde el Gobierno de turno pinta una realidad falsa de la seguridad del país, cuando realmente no puede dar cumplimiento al artículo 66 de la Constitución del Ecuador, que establece el derecho a la inviolabilidad de la vida y prohíbe la pena de muerte. Resulta increíble pensar que hemos caído en un círculo vicioso, más bien, diría yo, un círculo infinito en donde normalizamos este tipo de actos.

¿Hasta cuándo vamos a seguir aguantando tantos atropellos y violaciones de las leyes? ¿Qué está haciendo el Gobierno mediante la fuerza pública para evitar que siga sucediendo este tipo de agravantes? Ecuador atraviesa uno de los momentos más críticos de su historia. La delincuencia común siempre ha existido; sin embargo, hoy se vive una creciente ola de violencia, crimen organizado y corrupción que se ha inmiscuido en la médula espinal de la sociedad, desde los gobernantes y altos mandos militares hasta los mismos policías que se supone que son los que deberían protegernos. Esta realidad ha llevado a millones de ecuatorianos a vivir en un estado de permanente zozobra.

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La delincuencia común ya no es el único problema. El crimen organizado ha ganado terrenos, controlando territorios como Durán, Yaguachi y Daule, imponiendo reglas y reclutando jóvenes y menores de edad que ven en la violencia una salida a la falta de oportunidades laborales. Vemos muertes violentas a diario, que han dejado de ser un hecho aislado para convertirse en “el pan de cada día” de los ecuatorianos.

Claro está que no podemos hablar de inseguridad sin mencionar la corrupción, una enfermedad silenciosa pero tan agresiva como el cáncer que ha llegado a la justicia, la política y los sistemas de control que deberían ser objetivos e inviolables. Cuando instituciones que deberían proteger al ciudadano están infiltradas o debilitadas, el delito toma ventaja encontrando terreno fértil para expandirse y hacer de las suyas con la venia de los supuestos entes de control.

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Hemos podido presenciar jueces corruptos inmiscuidos en casos de prevaricatos, extorsiones, tráfico de influencias y decisiones arbitrarias para favorecer a delincuentes que han socavado la confianza en el sistema y han dejado a los ciudadanos en estado de indefensión.

La inseguridad no solo destruye cuerpos: desgasta mentes. Muchos ecuatorianos vivimos con ansiedad, desconfianza y temor. Los padres de familia temen por la seguridad de sus hijos cuando salen de casa. Es importante enfatizar que la crisis que vivimos no es solo seguridad, sino de valores, de estructura estatal y de confianza ciudadana. Es momento de hacer conciencia y reconocer este gran problema. Es hora de exigir un cambio real. (O)

Julián Barragán Rovira, magíster en Management Estratégico, Guayaquil