Vivir en Durán, o tener a la familia allí, es aprender a distinguir entre el estruendo de un cohete y el sonido seco de un arma automática. He sido testigo de como la violencia se ha vuelto parte de la rutina, de como las balaceras nocturnas ya no despiertan sobresaltos, solo resignación. Pero lo que más me duele no es el ruido de los disparos, sino el silencio que les sigue… ese silencio lleno de miedo.
He aprendido, como tantos otros, a callar para protegerme, a no hacer preguntas, a no denunciar. Y me pregunto: ¿cómo llegamos a aceptar este tipo de terror cotidiano como algo normal? La frecuencia de estos hechos y la falta de respuestas reales por parte de las autoridades nos han convertido en una ciudad sitiada, donde vivir con miedo se ha vuelto la norma.
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Lo más alarmante es que esto ya no escandaliza. Nos duele un momento, pero pronto lo olvidamos. Ese olvido, esa indiferencia, también es parte del problema. Siento que como sociedad estamos perdiendo la sensibilidad, y como ciudad, estamos siendo abandonados.
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No quiero operativos esporádicos ni discursos vacíos. Quiero ver espacios comunitarios seguros que le devuelvan a la gente la posibilidad de reunirse sin miedo, de convivir sin sentir que cada esquina es una amenaza. En Durán muchos barrios han perdido sus parques, sus canchas, sus centros barriales, no solo por el abandono, sino porque hoy representan zonas de riesgo. Recuperar esos espacios no es solo una cuestión de infraestructura, es una apuesta por el tejido social, por la reconstrucción del sentido de comunidad y pertenencia. Un barrio que se encuentra, dialoga y se organiza, es también un barrio que resiste al miedo. La seguridad no empieza ni termina con la presencia policial, comienza cuando un niño puede volver a jugar en la calle y su madre no teme por su vida.
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Desde este espacio les pido a las autoridades que vean a Durán más allá de las cifras. Que reconozcan que detrás de cada incidente hay personas, familias, vidas marcadas por el miedo. Y a los medios de comunicación (prensa escrita, radio, televisión y plataformas digitales) les ruego que no dejen de contar lo que vivimos, aunque parezca repetirse. Porque solo si seguimos visibilizando estas realidades podremos evitar que la violencia se vuelva paisaje y que el miedo se herede como parte de nuestra identidad. (O)
Melina Carcelén, Durán