La vejez en la mayoría de casos lleva bártulos de recuerdos de que ‘todo tiempo pasado fue mejor’ y termina el día orando y pensando es sus exequias, como si fuera la última noche de su otoño.

Muchos ancianos perdieron la capacidad de tolerar y hasta de amar..., son presos de dudas y desconfianza con propios y extraños. Convencidos de su incapacidad de producir, perviven austeros, aferrados al pasado evocando sus pretéritos éxitos y hazañas muchas veces imaginarias; el retiro o la jubilación trae consigo la apatía, la tristeza y la depresión, se sienten inactivos, abatidos, como muertos. Estudios sociales nacionales (doctor Proaño Moya) revelan un trato injusto y discriminatorio a los jubilados. Envejecieron en un escritorio, caminaron diariamente la misma ruta, y recibieron un salario mínimo para sus necesidades... En el hogar, la imagen del padre es reemplazada por el hijo. Menciona Freud que “en el cristianismo ha habido una reconciliación, pues Cristo pasó a primer plano”. Sin embargo, los creyentes recuerdan las palabras de su Señor, que “hay que nacer de nuevo”, y aprender a envejecer con dignidad. Renacer rescatando los mimos de su pareja, la visita a su familia cercana y lejana, el conversatorio con el vecino, sus amigos del alma, encontrando nuevos colores y sabores de esta vida..., júbilo, leer, cantar, soñar, resistir en momentos álgidos como en esta pandemia del COVID-19. En la eternidad, si es que existe, analizaremos el inventario de esta existencia y festejaremos la nueva vida... Sí, ¡la nueva vida! (O)

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Guillermo Álvarez Domínguez, médico, Quito