Hace un año, a partir de la pandemia en el mes de abril de 2020, en mi familia empezamos a realizar reuniones todos los días, durante la cuarentena a las 18:00 discutimos los asuntos familiares, lo que pasaba en el mundo.

Las reuniones las dirigía mi padre o muchas veces yo lo hacía, estábamos sintiendo temor, tristeza, etc., teníamos dos reglas: primera, se permitía hablar libremente en confianza y amor; segunda regla, cada uno respeta los comentarios, lo cual hoy entiendo como democracia. Los temas discutidos: sentimientos, tareas de la casa, las noticias. Llegamos a decisiones, acuerdos y tenemos a Dios en el centro del hogar. Podía decir que ese momento estábamos creando una asamblea y mi significado de política cambió, pues la política incluye la toma de decisiones entre personas de diferentes orígenes, intereses, opiniones, edades, etc.; todas tienen la misma oportunidad de contribuir, decidir si una cosa afectará la vida directa o indirectamente... Por eso me resulta difícil de entender a amigos, dicen que son demasiado jóvenes para saber de política, que es demasiado sucia la política. Me preocupa que el compromiso político se condensa que para poder participar o conocer la política debes ser activista, estar en el ojo público, tener fama en los medios, tus padres, tus abuelos fueron parte de un Gobierno. A los jóvenes igual que yo (25 años) en un país de corrupción no se educa para estar interesados en la política, a pesar de lo que pasa a nuestro alrededor.

La política no es solo activismo, herencia de politiqueros; es conciencia y coherencia, herramienta por la cual nos estructuramos para vivir en un país bajo leyes, derechos, y no participar ni leer, permite que otros de siempre decidan qué comer, decir, qué salud, educación..., tenemos; cuántos impuestos pagar, cuándo jubilarse, cuánto recibir de pensión, qué leyes imponen... (O)

Publicidad

Danilo Israel Rodríguez Bustos, estudiante, Riobamba