La realidad muestra un incremento espeluznante de los delitos de diversa índole en los que están involucrados varios miembros de una misma familia, todos enredados en las pegajosas redes del latrocinio, esto es un verdadero atentado contra la dignidad familiar.

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Unas veces, el padre recibe dineros mal habidos y es el hijo el encargado de invertir ese monto en la compra de lingotes de oro, relojes, autos, departamentos lujosos y locales comerciales, todo para el deleite familiar.

En otros casos, el padre enseña a sus hijos la manera “correcta” de delinquir para evadir la justicia. No pocas veces son los hijos facinerosos los que avergüenzan a sus padres, quienes sufren terriblemente por las atrocidades cometidas por su hijo delincuente.

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Llama la atención también el hecho de que algunos delincuentes dicen conocer el padrenuestro, o han oído la palabra de Dios, o han participado en actividades propias de la Iglesia y, sin embargo, practican con descaro y sin vergüenza los más execrables delitos. Para ellos, Dios es tan solo una estatua sorda que calla y cierra los ojos ante los terribles actos del impenitente. (O)

Gustavo Vela Ycaza, Quito