El jueves 11 de septiembre pasado decidí junto con dos colegas almorzar en uno de los restaurantes que están a lo largo de la avenida 9 de Octubre.

Desde el inicio noté un mal servicio, lo cual llamó mi atención, pues siempre he acudido a esta cadena de restaurantes y la atención ha sido óptima. Solicité un combo parrillada y, al ver que me entregaban la factura y no me daban el vuelto, lo solicité y me dijo que esperara, pero ya estaba tomando la orden del cliente que estaba detrás de mí. Cuando mis compañeros solicitaron uno de los platos que ofertan en publicaciones expuestas en el exterior del local, el cajero manifestó que estos se expendían después de las doce del día. Le creímos y nos sentamos en una de las mesas del local. Mientras esperaba la orden, pudimos observar que a unos clientes que estaban en otra mesa les servían los platos que a mis compañeros les habían negado. Mi compañera llamó a uno de los meseros para preguntar la razón; este no acudió de inmediato y pude ver que el cajero le manifestó algo; para mí, lo aleccionó, pues cuando acudió al llamado de mi colega y al contestar la pregunta solo dijo que ellos habían obtenido unos cupones o algo por el estilo.

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Esta situación me indignó, pues fuimos excluidos en la buena atención. No estábamos pidiendo nada gratis. Los precios no son irrisorios; no obstante, la atención y el servicio, pésimos.

Decidí marcharme de ese lugar. Solicité que me vendieran un contenedor para llevar lo que había pedido para servirme, pues el apetito lo había perdido. Lo sorprendente fue que no aceptaron el pago por la funda y el contenedor. (O)

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Mariana Mendoza Orellana, economista, Guayaquil