Es posible que la reflexión sobre el alma no despierte un interés inmediato en todos, un concepto que a menudo se percibe lejano o intangible. Sin embargo, la distinción entre espíritu y alma se vuelve crucial al observar que, si bien todo ser vivo posee espíritu, la posesión de un alma buena parece una prerrogativa de pocos seres humanos. El dicho popular “tienes el alma vacía” resuena profundamente en un contexto de incertidumbre y temor que aqueja a la humanidad, en una era donde la cantidad de agnósticos esperanzados y ateos supera la de creyentes.
Como ecuatoriana la realidad de la inseguridad actual me sume en una profunda tristeza. Como fiel creyente, cada noche elevo una súplica de perdón: perdón por nuestras fallas como ciudadanos, por el abandono del amor al prójimo, por la indolencia que mostramos ante la muerte de un semejante, indiferencia que se traduce en desinterés. Surge entonces la interrogante: ¿dónde se encuentran aquellos ecuatorianos que durante la pandemia nos comprometimos con la vida y el respeto, o aquellos que en el 16 de abril del 2016 tras el terremoto en Manabí nos unimos en solidaridad con nuestros hermanos para donar lo necesario?
La violencia no define al Ecuador
Resulta desolador y terrorífico observar como la sociedad se congrega para protestas triviales, mientras numerosos niños son instrumentalizados por la delincuencia para perpetrar atrocidades impensables.
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La responsabilidad de la situación actual de nuestra nación no recae únicamente en un Estado que, por décadas, ha abierto las puertas a la maldad y la delincuencia, desatendiendo su compromiso de garantizar la igualdad de oportunidades en educación, salud y trabajo digno. Una gran parte de la culpa recae en nuestra sociedad ecuatoriana misma, que como padres, ha delegado la formación y los valores de nuestros hijos a un dispositivo electrónico o, peor aún, a la calle, donde las “almas rotas” buscan replicar su dolor en otros, en un ciclo de venganza generado por la omisión social que permitió tantas barbaries.
Padres, ¿saben dónde están sus hijos?
¿De qué sirven innumerables leyes sin integridad, si muchos proclaman su honestidad y legalidad, olvidando la esencia de lo legítimo, especialmente cuando solo los ojos de Dios son testigos?
Es fácil criticar al Estado y a la sociedad, la verdadera dificultad reside en la autocrítica y en iniciar un cambio personal. Dejar de señalar para convertirse en un ejemplo es, sin duda, el primer paso hacia una transformación genuina. (O)
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Nira Avilés Ochoa, economista, Guayaquil