Luka Modric sobrevivió a una cruda infancia como refugiado, su abuelo murió asesinado por militares serbios durante la Guerra de los Balcanes. Pocos hubieran vaticinado que el Lukita se convertiría en el mejor jugador del mundo.

Admirado Luka:

Te veo y vuelvo a verte y observo el mismo rostro de tus primeras fotografías de niño triste. No es para menos. Creciste entre balas y campos de refugiados.

Con apenas 5 años eras un cuidador de ovejas en las montañas de Velebit, donde caminabas como un niño en medio de una naturaleza intacta que marcó la tuya propia. Pero llegaron tempestades, destruyeron tu casa, asesinaron a algunos de tus seres más queridos y recorriste errante lugares temporales. Tus primeros años estaban escritos así, pero tus padres intentaban, a como diera lugar, reescribir la que sería tu historia. Al principio te ponían a patear un balón, más como una distracción para que soportaras el ambiente hostil que te rodeaba.

Entonces descubriste que eras dueño de tu destino y capitán de tu alma. Eras muy chico cuando impresionaste al presidente del Club Zadar, él se dio cuenta de que podrías triunfar con una pelota en los pies. Luego tu carrera fue en ascenso. Creciste y creciste como persona, a tus 33 años puedes sentirte afortunado de ser autor de una vida marcada por la superación y el talento.

Eres un hijo de la guerra, y un hijo ilustre del fútbol mundial. En Rusia me integré a tu “fanaticada” junto con mi hijo de 5 años que se pone una delgada banda sobre su melena para jugar el fútbol e imitarte en el campo.

Me alegra que te conviertas en el primer croata representante de un país pequeño en llevarse la pelota dorada que pondrás junto a tu cama y que hayas roto el duopolio de 10 años de Cristiano y Messi que seguramente aplaudieron que hayas ganado. Recibiste merecidamente 753 votos, un claro vencedor del trofeo al mejor futbolista del planeta. Por debajo quedaron CR7 con 478; Griezmann, con 414; Mbappé con 347; y Messi, con 280. Nadie queda descontento con tu triunfo.

Por cierto, tienes una esposa muy guapa, Vanja, que va de tu brazo orgullosa y que en un principio fue tu representante futbolística. Y como al buen músico el compás le queda, sigues siendo el guía de tu propio rebaño, me emocionó verte ayer con tus hijos; Iván, de 8; Ema, de 5; y la pequeña Sofía, de un año; seguro presumirán con sana inocencia de ser los hijos de un gran pastor e imitarán tu camino.

Con admiración,

La madre de un fanático del fútbol.

...Entonces, llega la hora de dormir...

–“Mamá, cuéntame una historia”, mi hijo.

–Ruth: “Érase una vez un pastorcito de una aldea remota, perdió su casa, sus seres queridos. El que rompió más cristales con su balón de trapo, ese balón que ahora es de oro y que se llevó a su casa. La guerra destruyó su hogar de chico, pero no sus ganas...”. (O)