Recuerdo que tenía 12 años (1982) cuando llegó a mis manos el LP titulado Greatest Hits, de Queen. Ese disco junto con The Greatest Hits, de The Beatles, y Synchronicity, de The Police, son, sin temor a equivocarme, los tesoros musicales de mi adolescencia, que marcaron para siempre mi cultura musical e incluso –motivo especial de orgullo– la de mis hijos, a quienes he podido heredar la pasión por la buena música.

Aunque antes ya había escuchado un par de canciones de Queen y la voz de Freddie era de aquellas que una sola tonada bastaba para saber que era él, el disco me introdujo al mundo ilimitado, contradictorio, épico y surreal de Mercury y May.

Esta etapa de mi vida musical llegó justo cuando decidí abortar mis estudios musicales, que hoy agradezco a mis padres, pues, gracias a ellos, puedo entender el mundo de la música desde una perspectiva que a pesar de mis grandes limitaciones, considero privilegiada.

Hago esta necesaria introducción para dejar sentado que soy un confeso y viejo admirador de Queen.

A propósito del estreno de Bohemian Rhapsody, confieso que han transcurrido 48 horas desde que la vi, y aún no logro desconectarme mentalmente de ella. No por la historia de algunas de sus canciones o por la magia y vitalidad de su música, sino por la calidad de la producción en general.

Los personajes parecen sacados del museo de cera de Madame Tussauds, especialmente Brian May y Roger Taylor. Y no solo en lo físico; ¡los gestos y los movimientos de May son exactos!

Comentario aparte merece la recreación del histórico concierto Live Aid en el Estadio de Wembley, pues recrearlo en un estadio que ya no existe y con más de 50.000 almas debe haber sido casi magia.

La ambientación, los vestuarios, las locaciones y la trama merecen también elogio, pero sin lugar a dudas, la actuación de Rami Malek interpretando a Freddie Mercury es de lo mejor que he visto en mucho tiempo. Su manera de encarnar al personaje –su expresión corporal en el escenario, los gestos y su genial locura y extravagancia– es simplemente magistral.

Por todo lo relatado, me atrevo a asegurar que esta película quedará en la historia como una masterpiece y que Malek se merece un Óscar, por lo que representan Queen y Freddie Mercury (a mi juicio el más grande cantante de rock de todos los tiempos) en la historia de la música contemporánea, pero fundamentalmente por la soberbia actuación de Malek con un altísimo grado de dificultad.

La vida de Freddie fue la vida de un genio, de un adelantado en el tiempo, que extendió su natural inquietud por lo inexplorado a todas las facetas de su vida, y su prematura muerte (en términos mundanos), el inicio de una leyenda, que se agiganta con el paso de las horas, de los días, de los años; que alimenta el aire que los mortales respiramos y que inspira a las musas que pululan en el etéreo que nos rodea.

Como dice una de sus letras, a lo mejor murió por demasiado amor… Too much love will kill you…

(O)