Todo estímulo interno o externo, directo o indirecto, percibido por nuestro cuerpo es capaz de generar una actividad compleja de redes neuronales que nos permite comprender y darnos cuenta de lo sucedido. Este proceso neurobiológico termina siendo consciente una vez que la corteza cerebral lo ha elaborado y representado como corresponde: dolor, tacto, olfato, gusto, imagen, sonido. Las definiciones conceptuales de la consciencia varían según perspectivas y autores. Para Antonio Damasio, por ejemplo, “la consciencia es una experiencia de nuestro cuerpo, fruto del incesante ir y venir de las percepciones externas y las emociones internas”. Stanislas Dehaene, en cambio, sostiene que “es la capacidad biológica surgida a lo largo de la evolución de crear en nuestro cerebro una representación cada vez más sofisticada del mundo exterior”. Todos, sin embargo, convergen en una misma premisa: estar consciente equivale a “darnos cuenta, comprender y reflexionar sobre lo que nos sucede”.

Esta maravillosa y aún enigmática función cerebral no ocurre en un lugar específico del encéfalo. Es el resultado de intricados mensajes eléctricos mediados por neurotransmisores entre diferentes grupos de neuronas y en diferentes partes del cerebro, de manera más o menos simultánea y sincrónica. Incluye el reconocimiento del yo y de la relación con el entorno, la percepción de los sentidos, la sensación del interior y la experimentación de emociones. La consciencia solamente cesa durante el sueño, la anestesia, la disfunción cerebral o la muerte. Todavía se debate si los ensueños, como parte del sueño fisiológico, son también una forma de consciencia.

Embriológicamente, el sistema nervioso se origina a partir de la “placa neural” que correspondería a un engrosamiento ectodérmico en el piso del saco amniótico. Durante la tercera semana después de la fertilización, la placa neural se convierte en “tubo y cresta neural”. A partir de dichas estructuras básicas comenzará la diferenciación de los diferentes elementos que formarán las fibras nerviosas de la médula espinal. Al final de la cuarta semana, la parte anterior del tubo neural comienza a modificarse formando vesículas que se irán expandiendo y diferenciando para formar las diferentes estructuras del encéfalo. El tallo encefálico embrionario, donde radican las funciones autonómicas (respiración, ritmo cardiaco, temperatura, función visceral) es lo que se forma primero. A medida que transcurre el tiempo, las vesículas van diferenciándose tomando formas y posiciones diferentes. A las 6 semanas aparecen las formas embrionarias de los nervios craneales. A las 8 semanas se forma el cerebelo y a las 12 semanas se completan los ventrículos laterales que van a contener el líquido cefalorraquídeo. En la semana 14 ya se pueden identificar las formas de los lóbulos frontal, parietal, temporal y occipital. A partir de la semana 22 comienza a desarrollarse la corteza cerebral y en la semana 28 ya se pueden observar los primeros surcos y cisuras.

Todos nuestros estados conscientes son provocados por procesos neurobiológicos que ocurren en el cerebro, particularmente en la corteza cerebral que es la que nos da nuestra condición de humanos. A diferencia de los animales –que poseen una consciencia primaria– los seres humanos poseemos una consciencia de orden superior que nos permite ser conscientes de que estamos conscientes.

Es en el cerebro donde realmente radica la vida. De hecho, la muerte clínica ocurre cuando hay muerte cerebral, así el corazón siga latiendo unas cuantas horas más. (O)