El número de emigrantes venezolanos que han ingresado al Ecuador en estos años de crisis madurista es aterrador: más de medio millón de venezolanos han cruzado nuestra frontera desde Colombia, y el número de los que ingresan aumenta día a día y ya sobrepasa los cuatro mil. Al parecer, solo una quinta parte se quedan en Ecuador –de lo que no hay garantía–, pero esa cifra es monstruosamente grande para que pueda ser absorbida por nuestro pequeño y pobre país. Según los datos del Guardian inglés esa cifra supera en diez veces la de los migrantes que cruzan el Mediterráneo hacia Europa, hacia países ricos; migración que ha causado una gran inestabilidad política a los gobiernos europeos. El Gobierno ecuatoriano ha decretado un estado de emergencia, lo saludamos, pero tenemos que encontrar la solución del problema; todo lo que estamos viviendo los venezolanos y sus vecinos es consecuencia del desastre humanitario provocado por Maduro: mientras este continúe en el poder, el éxodo continuará y se agravará. El Gobierno, luego de hacer un mea culpa por haber contribuido a la situación que vive Venezuela por la reelección de Maduro y la elección inconstitucional de la Asamblea Constituyente, debe coordinar acciones decididas con los países de Grupo de Lima para obligar al Gobierno venezolano a convocar elecciones libres, en la que participen todos los partidos políticos, todos sus líderes, hoy presos, detenidos, exiliados, perseguidos. Cuando Maduro deje el poder, los emigrantes regresarán a reconstruir su país. El éxodo es de tal magnitud que no lo podemos afrontar solos, necesitamos cooperación internacional: hace falta alojamiento, con condiciones sanitarias adecuadas para prevenir un desastre de salud; alimentos, ropas, y tantas cosas. Se aprecia la acción de Acnur.

El Gobierno ecuatoriano ha decretado un estado de emergencia, lo saludamos, pero tenemos que encontrar la solución del problema; todo lo que estamos viviendo los venezolanos y sus vecinos es consecuencia del desastre humanitario provocado por Maduro: mientras este continúe en el poder, el éxodo continuará y se agravará.

La herencia que nos dejó el chavismo madurista es de espanto, y debemos rechazarla. Debemos empezar por formalmente separarnos de la ALBA, que ya huele a muerto: sin la ayuda del petróleo venezolano, cuya producción ha caído en alrededor de la mitad, nicaragüenses y cubanos la están pasando muy mal; estos últimos, eso sí, no les permitirán a los soldados cubanos rendirse. ¡Los cubanos pelearán hasta el último soldado venezolano! De Unasur solo queda el edificio. ¡Ah!, a propósito, Evo Morales ha construido un rascacielos para la presidencia, y por una decena de millones menos que el costo del edificio del Medio Mundo; debemos comparar el costo por metro cuadrado de construcción; podríamos donarle los dos monumentos a Kirchner, de quien es amigo, para que adorne su palacio. Y hay que terminar con el proyecto de construir oleoductos para llevar a refinar el petróleo del Oriente en Manabí, en lugar de hacerlo en Esmeraldas, que es a donde llega el oleoducto y donde está la refinería, que se la puede ampliar. No solo es el costo innecesario, sino el daño ecológico. Cuando algo fracasa, es de necios insistir en el fracaso.

La sensibilidad humanitaria nos impulsa a socorrer a las familias venezolanas que han arribado, pero el Gobierno debe impedir el ingreso de quienes no tengan papeles que acrediten su honorabilidad; no queremos delincuentes ni guerrilleros. No vamos a construir muros, pero debemos protegernos. (O)