“Salí a escena y la profesora me gritaba: ¡No pienses!, cuando toda la vida los profesores me habían dicho que piense. No comprendía, hasta que en una clase dejé de pensar y empecé a vivir el personaje”. Cuenta Jaime Tamariz, actor, director y gestor teatral.

Siendo un exitoso publicista en Madrid, entró a estudiar teatro sin un objetivo mayor que el trabajar sobre su cuerpo, pudo haber sido yoga o box, pero fue teatro.

Ahí entendió que el teatro sirve para hablar del ser humano. La gente va al teatro para verse, para entender por qué somos como somos, nuestra complejidad, ver lo que odia, el amor, la rebelión y los conceptos que mueven al mundo, dentro de una convención muy particular: el juego.

Luego de unos pocos años decidió cambiar la publicidad por el teatro y la vida lo empujó a dejar Madrid por Guayaquil.

Una vez en la ciudad, sin tener muy claro qué hacer, entró a codirigir la carrera de Comunicación Escénica de la Universidad Casa Grande junto a Marina Salvarezza.

Saliendo un día de la Universidad, vio de frente una pequeña casa en alquiler, ese sería el lugar donde formaría la productora Daemon junto con Denise Nader, la misma donde de manera muy artesanal y empírica nacería Microteatro, el que hoy funciona en La Bota.

El formato de microteatro ya se ofrece en diversos sectores de la ciudad y ha servido como un espacio experimental que complementa el inmenso trabajo que se realiza en teatros y salas de Guayaquil.

A estos esfuerzos por el desarrollo de las artes escénicas se suman las universidades y escuelas que ofrecen carreras y cursos de artes dramáticas, entre ellas, la Casa Grande, la UArtes y el reciente Estudio Paulsen.

El Estudio Paulsen, dirigido por Marlon Pantaleón, está exhibiendo una muestra de la primera promoción de estudiantes formada con la técnica Meisner: Lodopatía.

Dirigidos por Iñaki Moreno, este grupo de estudiantes ha montado dos presentaciones con diez escenas cada una, que corresponden a interpretaciones de obras clásicas, trabajos contemporáneos y adaptaciones de cine.

Fui a ver la primera puesta en escena, una suerte de ensayo general. Vi el montaje del primer grupo.

“Esto no es un producto final, es un fotograma de un proceso que nos invita a indagar en las miserias y esperanzas humanas”, introdujo el director.

Lo que me trajo de vuelta las palabras de Tamariz.

Durante un poco más de una hora fui testigo de un trabajo presentado con un compromiso sobrecogedor. No solo con la labor actoral y de montaje, sino con la selección de temas complejos, que se expusieron ahí, uno tras otro, para abrir preguntas desde esa convención teatral, el juego.

Al salir, me fui caminando por el callejón de Las Peñas, con esa sensación que queda después de estar en una obra, pensando en lo bien que nos hace el teatro, en lo necesario de estas experiencias cara a cara, agradecido de que existan espacios donde hay libertad para exponernos como individuos y ciudadanos, de sumergirnos en terrenos pantanosos, como esta Lodopatía. (O)