En la anterior entrega de esta serie habíamos adelantado que los feminismos se relacionan con los movimientos LGBTI mediante la inculpación compartida contra el patriarcado, el machismo y la hegemonía masculina, por la violencia, sometimiento y exclusión que sufren desde siempre. El grado de esta inculpación y las alternativas distinguen a los feminismos entre dos tendencias básicas, y diferentes posiciones intermedias entre ellas.

De un lado estaría la tendencia que propone la afirmación de la feminidad en contra de los hombres y prescindiendo de ellos hasta donde sea posible. “Los hombres tienen la culpa de todo”, parece la consigna radical y simplificadora de esta tendencia. Una propuesta derivada de la anterior y algo más reciente plantea que “la culpa es de la libido masculina porque es sucia y agresiva”. Se habla de una “república de las mujeres” o de un “nacionalismo femenino”. El corolario de esta posición es la permanente victimización de las mujeres y la plena exoneración de responsabilidad acerca de su situación. En esta tendencia subyace la alternativa del homoerotismo como la mejor realización de la sexualidad femenina. El único papel asignado a los hombres sería el de inseminadores ocasionales, al servicio de las mujeres que tienen el poder y el control de la procreación. En el extremo más delirante de la tendencia está la fantasía de la clonación, dando cuenta de la utopía totalitaria a la que puede llegar esta tendencia. Es el reflejo especular del machismo, con los mismos defectos y excesos de los que se acusa a los hombres.

Del otro lado está la tendencia que propone la afirmación de la feminidad con los hombres, frente a ellos, o a pesar de ellos en el peor de los casos. La alternativa oscila entre una “reeducación de los hombres” para una mejor convivencia, y una redefinición de las masculinidades para el beneficio de los mismos hombres y no se diga de las mujeres. Unas reconstrucciones no exentas del riesgo de incurrir en la maternización de los hombres, como si fueran “niños grandotes maleducados”, para goce y comodidad de muchos de ellos. En esta tendencia está implícita la apelación a una restauración del Padre como función simbólica de ley, tan venida a menos en la cultura occidental desde hace más de un siglo. Una decadencia de la función paterna a cargo de los hombres, que ha puesto a las mujeres como portavoces de esa función ante el fracaso masculino. En esta tendencia, el homoerotismo no es la realización universal de la feminidad sino una alternativa particular. De este lado están los hombres que se autodefinen como “feministas”, porque aquí hay un lugar para ellos.

El reciente manifiesto de algunas intelectuales francesas, denunciando los excesos de la campaña norteamericana en contra del acoso sexual, ilustra el hecho de que no existe un “feminismo universal”. Y aunque el machismo parece más universal, no hay un “masculinismo”, ni siquiera particular, como si lo masculino no requiriera definición ni afirmación más allá de las conductas establecidas en cada cultura. ¿Hay alguna esencia que defina la feminidad y la masculinidad? Nos referiremos a ello en la próxima y última entrega de esta miniserie. (O)