Hace pocos días, la Corte Interamericana de los Derechos Humanos, CIDH, emitió una resolución aprobando el llamado matrimonio igualitario e instando a todos los países miembros a implementarlo. La noticia fue festejada por los colectivos LGBTI del continente y por quienes simpatizan con su causa, porque supone –además– el derecho a la identidad de género y al cambio hormonal y quirúrgico de sexo. Esto nos lleva a la segunda de las tres preguntas planteadas al final del número 4 de esta miniserie: ¿Qué convoca en un solo colectivo a personas con posicionamientos tan diversos frente a la sexualidad?
En primer lugar, estas personas han sufrido violencia, maltrato y exclusión por parte de la sociedad desde hace siglos. La comunidad en el sufrimiento ha constituido el colectivo, y ha suscitado la solidaridad de muchas feministas, quienes piensan que las mujeres también han vivido bajo el mismo yugo. Convocadas por esta sigla, las personas LGBTI hoy obtienen de la sociedad el reconocimiento de sus derechos, y esperan la reparación de los daños bajo diversas formas de compensación como la llamada “discriminación positiva”, que les concede ventajas en algunos campos frente a las personas heterosexuales, históricamente causantes o al menos cómplices de sus privaciones, según muchas personas LGBTI creen.
En segundo lugar, la resolución de la CIDH oficializa el camino de la suplantación de la identidad sexual por la identidad de género. De esa manera se borra cualquier interrogación por aquel proceso que va desde el sexo como el real anatómico presente desde el nacimiento, hasta la sexualidad como el conjunto de ciertas prácticas de los seres hablantes entre sí, pasando por la identidad sexual (la convicción de ser un hombre o una mujer) y la sexuación (la elección de un goce masculino o uno femenino). Un proceso que en la mayoría de las personas conduce a la heterosexualidad, y en otras lleva a diversas posiciones que se identifican con alguna de las letras del colectivo LGBTI. La oficialización de la identidad de género en lugar de la identidad sexual impone su aceptación y ahorra muchas preguntas incómodas.
Esto nos conduce a un tercer rasgo que convoca a muchas personas que se inscriben en el movimiento LGBTI. Es el hecho de que si ellas asumen su elección (en la mayoría de los casos), lo hacen omitiendo cualquier autointerrogación acerca de la génesis y la construcción de su posicionamiento frente a la sexualidad, y rechazando cualquier posibilidad de que su elección sea considerada desde una perspectiva psiquiátrica o psicopatológica. Es decir, la resolución de la CIDH “descliniquiza” completamente la homosexualidad, la bisexualidad, el transvestismo y el transexualismo, e incluso podría “penalizar” a quien se atreva a considerar estas posiciones desde una perspectiva clínica.
Si las personas LGBTI se ven a sí mismas como el efecto de la exclusión y la violencia, alguien debería asumir la responsabilidad o más bien la culpa por su situación. Allí es donde aparece el milenario causante: el patriarcado machista y hegemónico. Ese es el punto donde retomaremos la última de las tres preguntas planteadas hace varias semanas en esta miniserie: la pregunta por la relación entre LGBTI y feminismo, o más bien los feminismos, porque hay varios. (O)