En la Ética, de 1677, Baruch Spinoza escribió: “La alegría es el paso del hombre de una menor a una mayor perfección”. Este es el epígrafe que nos prepara para leer el libro de Ivan Jablonka, Laëtitia o el fin de los hombres (Barcelona, Anagrama & Libros del Zorzal, 2017), por el que recibió los premios Le Monde, Médicis y Prix des Prix, y que narra la vida de Laëtitia Perrais que, en la noche del 18 al 19 de enero de 2011, cuando tenía 18 años, fue violada, secuestrada, asfixiada y descuartizada por Tony Meilhon, entonces de 31 años, conocido por sus antecedentes de violencia doméstica y robos. En latín, laetitia significa alegría.
Historiador de profesión, Jablonka desmenuza como un detective los pormenores de esta atrocidad para revelar no solo cómo el asesino pretendió ocultar su crimen, sino para subrayar que la pobreza y el abandono son abono del mal. Laëtitita es hija de un padre que maltrataba a su mujer y, luego, vivió con un padre de acogida que violó a varias muchachas, incluida a su hermana melliza Jessica. Este libro trata sobre la vulnerabilidad de los niños y jóvenes y la violencia de los hombres. Este caso conmocionó por varios años a Francia y Jablonka llama a no olvidar a los inocentes y a los débiles.
En el Ecuador también la dominación física y simbólica que los hombres ejercen sobre las mujeres va más allá de las clases sociales, aunque la frecuencia y la saña son mayores cuando hay menos educación. Los pobres son víctimas de los sistemas políticos, ideológicos, económicos y sociales que seguimos defendiendo. ¿Dónde y cómo terminan las niñas pobres del Ecuador? ¿Cuál es su porvenir? La década correísta es abominable porque desperdició la posibilidad de cimentar una cultura que ayude a erradicar la violencia machista y porque el Gobierno despreció la función de regular la paz social.
¿Saben realmente los políticos y la gente lo que se sufre por no tener una sola certeza para el día de mañana? Jablonka cuestiona un mundo en que las mujeres, de todas las edades, no terminan de ser sujetos plenos de derechos y por eso los hombres creen que pueden molerlas a golpes. A pesar de su vivencia en la exclusión, las mellizas Jessica y Laëtitia llegan a estudiar en un instituto técnico: la primera busca un diploma de cocina, y Laëtitita, de camarera, y ya trabaja en un hotel de Nantes. Ambas han madurado. Pero la tragedia estalla cuando Laëtitia amenaza a su violador con denunciarlo.
En el Ecuador viven miles y miles de Laëtitias para quienes a diario no hay justicia, a pesar de las declaraciones insulsas de quienes dirigen y controlan los aparatos judiciales, más preocupados en creerse el cuento de que la justicia ya cambió que en el destino equitativo de los ciudadanos. El conmovedor relato de Jablonka critica el machismo y nuestra indolencia ante él. Alegría se llamaba la chica francesa que empezaba a labrarse un cierto porvenir y que supo decirle no a su violador. “Murió como una mujer libre”, dice Jablonka: “Vive como una mujer libre”. Que en paz descanse. (O)