¿GLBTI o LGBTI? Parece que hoy se prefiere el segundo acrónimo para referirse al movimiento que convoca a todas las personas que defienden los derechos de las diversidades distintas a la heterosexualidad. Quizás porque la precedencia, en el enunciado, de los “Gays” sobre las “Lesbianas” sugeriría una persistencia de lo masculino sobre lo femenino. Pero así es el segundo principio del significante en el lenguaje, según Saussure: solo se puede enunciar un significante o sonido a la vez. Entonces: ¿cuál se enuncia primero? ¿No sería más igualitario enunciar primero “B”, “T” o “I”? ¿Cuál irá al final: “L” o “G”? ¿Acaso el movimiento supuestamente más igualitarista de todos puede escapar de los conflictos causados por las relaciones entre poder y sexuación? Conflictos inevitables, incluso dentro del enfoque, ideología o estudios de género, que no son lo mismo.
Quizás ni siquiera el movimiento internacional que cuestiona la dicotomía sexuada de los seres hablantes, y que propone la posibilidad de opciones terceras u otras a partir de la noción de “género”, está exonerado de los inevitables conflictos derivados de que, desde una perspectiva lógica, gramatical, social y cultural, solo hay dos posibilidades de inscripción sexuada para los seres hablantes. Estos conflictos han enfrentado, en semanas anteriores en nuestro país, a un sector que propone la enseñanza del enfoque de género en las escuelas primarias para prevenir el machismo y la violencia contra las mujeres, contra otro grupo católico que se opone a ello de manera radical. Conflictos semejantes a los que ocurren en otros países y por las mismas razones.
La noción de “género”, como “tercer género” para el transexualismo, fue propuesta hace sesenta años por el sociólogo norteamericano Gilbert Herdt. Diez años después, en la clínica “psi”, el psicólogo neozelandés John Money y el psicoanalista norteamericano Robert Stoller produjeron la noción “identidad de género”. Money y Stoller trataban a personas que los consultaban por aquello que la clínica psiquiátrica llamaba “transexualismo” (demandar la pertenencia a un sexo poseyendo la anatomía del sexo opuesto) o por seudohermafroditismo congénito (ambigüedad anatómica de los genitales desde el nacimiento). Desde allí aparecen los estudios de género, que introducen ese término además o en lugar del de “sexo”, para afirmar que estamos más determinados como “hombres” o “mujeres” por los discursos y roles sociales, antes que por la anatomía.
El desarrollo de los estudios de género tiene gran influencia en el mundo actual y ha modificado el vocabulario psiquiátrico, en el que la antigua categoría diagnóstica del “transexualismo” ha sido sustituida por lo que hoy se llama “disforia de género”, un supuesto trastorno mental del que hoy en día se reportan cada vez más casos en la niñez y adolescencia. Considerando que el término “disforia” indica “malestar, ansiedad, conflicto e incomodidad”, ¿no será que el proceso de tener que asumir una posición sexuada como hombre o como mujer, y sostenerla ante los demás, normalmente causa alguna disforia en los seres hablantes, sin llegar necesariamente al pedido de cambiar de sexo? ¿No será que podríamos hablar de una ordinaria “disforia con el género”, que no sería lo mismo que la “disforia de género” o “transexualismo”?
Continuaremos en la próxima entrega de esta nueva miniserie quincenal. (O)