Tal vez tratando de ser ligero de equipaje o por darnos un sano consejo, sin dirigirse por el nombre a cada uno de sus escuchas, don Alberto Cortez propone a la humanidad entera una manera de sanar los reproches que frecuentan la memoria, entristecen el ánimo e impiden agradecer, proclamar y cantar todas las ternuras y bellezas que nos proporciona la vida, que parecen insuficientes frente a las penas, errores e injusticias.

¿De qué se desprende él, personalmente y a través de su interlocutora para arrojar todo al agua? ¿Lo recuerda usted?

Transcribo: “Un público desconsuelo, una secreta esperanza.

“Lágrimas ajenas, recuerdos y madrugadas, remordimientos antiguos, palabras, muchas palabras, que por dichas no conviene recordarlas.

“Trabajos no terminados, canciones inacabadas, nombre de malos amigos, dudas y dos o tres cartas malamente concebidas y escritas en hora mala”.

¿Estaría leyendo solamente su pensamiento o también el de otras personas?

Y continúa contrito el poema: “silencios, muchos silencios, desgracias, muchas desgracias, desabridas actitudes, iras injustificadas, tiempo inútil perdido, deudas que nunca se pagan, tristezas no comprendidas, hambres, miserias humanas, vergüenzas inconfesables, limosnas no confesadas, consejos paternalistas, éxodos de casa en casa, y una desconsoladora sensación dentro del alma”.

Ahora no me cabe duda, no puede haberle ocurrido todo eso, es demasiado y más aún con su talante. Considero que se trata de un desafío para nuestro propio examen de conciencia.

¿Recuerda lo que arroja después?

“Desatinos, desacuerdos, mentiras innecesarias, traiciones no cometidas, promesas no consumadas, falsos credos, diferencias, hipócritas alabanzas, prejuicios imperdonables, conclusiones temerarias, resentimientos oscuros, frases desafortunadas”.

¿Y al concluir?

“Mi vida, mi vida entera, ¡mira cómo se la lleva el agua!”.

¿Se trata de un arrepentimiento formal y expreso para merecer perdón o para autoperdonarse?

¿Acaso es una invitación cordial para quienes sean capaces de pensar y reflexionar sobre su propia historia y reconocer que pudo ser mejor si hubiera hecho el bien que omitió realizar o no hubiera consumado el mal que causó a otras personas, empezando por los más próximos?

¡Ah! En este punto creo que cabe una reflexión: ¿todo lo que se tira y lleva el agua desaparece?

Para quienes observamos el río Guayas y sus afluentes Daule y Babahoyo, conocemos el flujo y reflujo de sus aguas y por eso sabemos que lo que se lleva el río puede regresar.

De todas maneras será siempre un gran y positivo ejercicio mental sanar las heridas que producen, a las personas de buen corazón, los sentimientos de culpa generados por sus acciones u omisiones, en sus relaciones personales, sociales o comunitarias.

La sensatez debería ser nuestra guía para no tener que arrepentirnos por errores y culpas que luego nos causan tristeza, pesar y hasta cargo de conciencia, difíciles de sobrellevar para las personas que no la han deformado.

Seamos optimistas: recordemos que siempre podemos mejorar nosotros y nuestras relaciones.

En fin, siguiendo el ejemplo de don Alberto Cortez, ¿usted qué tiraría al agua?

¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)