De las dos acepciones de la palabra constancia, que se aprecian en el Diccionario de la Lengua Española, en este artículo utilizo la primera de ellas: Firmeza y perseverancia del ánimo en las resoluciones y en los propósitos.

Seguramente por mi formación como abogado, el significado de las palabras tiene especial valor para mí y me acostumbré a buscarlo y valorarlo.

Así que, para conformar mejor el concepto que debo tener y exponer de constancia, reviso que firmeza es entereza, fuerza moral de quien no se deja dominar y abatir, y que perseverancia es la acción y efecto de perseverar: mantenerse en la prosecución de lo comenzado, en una actitud o en una opinión.

Así que, provistos de los pertinentes elementos conceptuales, invito a usted a cuestionarnos: ¿falla nuestra constancia?

No tiene que contestarme a mí.

Lo conveniente es que nos contestemos a nosotros mismos. Sí, con sencillez y verdad, pues nada positivo lograremos autoengañándonos. Solamente cosecharíamos pérdida de tiempo y oportunidades.

La ventaja de decirnos la verdad es que podríamos reforzar nuestras convicciones y seguir siendo constantes o, si fuera lo procedente, cambiar el rumbo y buscar la forma de ejercitar hasta adquirir la firmeza y perseverancia que nos están haciendo falta para alcanzar nuestras metas espirituales y corporales.

¿Sería bueno tener un piloto automático que enrumbara nuestro obrar hacia el bienestar y la felicidad? ¿Constituirnos en seres automatizados dependientes del decir y mandar de otras personas ante quienes hemos doblado las rodillas y cuyos mandatos nos son imposibles de desatender?

Parecería que el cuestionamiento clave es: ¿tenemos una personalidad sana, somos conscientes de nuestro ser personal, nos valoramos y queremos lo suficiente para respetarnos y hacernos respetar?

¿Qué límites se interponen para lograr nuestro perfeccionamiento espiritual y convertirnos en seres cohesionadores y promotores de lo bueno que hay en nuestra familia y en los ambientes laborales, sociales, cívicos y políticos partidistas que frecuentamos?

Ilusiones nos habremos forjado que tal vez no llegaron a convertirse en realidades fecundas, por nuestra comodidad, temor o pereza ante las dificultades.

¿Cuántas veces habremos dejado, por variados motivos, ideas de confraternización mayor y emprendimientos sociales para beneficiar a los desamparados, menesterosos o enfermos, con familiares, compañeros de estudios, profesión, trabajo o vecinos?

Es fácil constatar que las buenas ideas se multiplican, pero que su incubación, desarrollo y buen éxito se logran pocas veces, probablemente por falta de constancia de sus generadores o de algún sistema de confraternidad cívica o espiritual, que engrane adecuadamente los saberes y quereres de quienes estén dispuestos a darles vida.

¿Estamos a tiempo? ¿Hemos de identificar los caminos del bien, la honradez y el civismo, conducirnos adecuadamente por ellos?

Tiempo para meditar: ¿en qué grado de evolución está nuestra constancia? ¿Merece exaltación o necesita mejorar?

¿Es importante para mis familiares, amigos, vecinos y conciudadanos el aporte de mi constancia en la búsqueda y solución de nuestros problemas comunes? ¿Debemos ser firmes y perseverantes?

¿Sería tan amable en darme su opinión? (O)