Hace pocas semanas se anunció el descubrimiento de un lejano antecesor del ser humano: el Homo Naledi. El hallazgo es emocionante e inusual a la vez, pues no es nada ordinario encontrar a otra especie que se ubique dentro del mismo género –Homo– del que nuestra propia especie –Sapiens– forma parte. Este fabuloso descubrimiento fue realizado por un grupo de más de 60 científicos liderados por el profesor Lee R. Berger de la Universidad de Witwatersrand en Sudáfrica, y ha sido publicado en la revista eLIFE: elifesciences.org/content/4/e09561.

Los huesos de nuestro lejano pariente homínido esperaron pacientemente miles de años hasta ser encontrados en una escabrosa cueva en las afueras de lo que ahora es Johannesburgo, a la que se llamó Naledi –que en sesotho, lengua nativa africana, significa ‘estrella’–. Pero esta cueva no era un sitio arqueológico cualquiera. El acceso era extremadamente difícil y se realizaba a través de una diminuta apertura entre las rocas que conduce a un pozo de aproximadamente 12 metros de profundidad y 20 centímetros de ancho. Debido a que se necesitaba tener una contextura corporal peculiarmente delgada para poder entrar, quienes ingresaron a la cueva fueron casi exclusivamente mujeres: unas valientes científicas conocidas como las astronautas subterráneas. Ellas tenían la ardua y delicada misión de recolectar, en condiciones extremas, los más de 1.500 huesos que, hasta el momento, se han encontrado de esta nueva especie. Dicha cifra convierte al Homo Naledi en la especie de homínido que está mejor documentada –obviamente, después del Sapiens–.

No se sabe con exactitud hace cuánto tiempo vivieron nuestros antecesores Naledi pero, por sus características, se estima que podrían tener entre 2,5 y 2,8 millones de años. Tienen caderas y cerebros parecidos a aquellos de los actuales primates, pero sus pies y dientes asombran por su parecido con nosotros. Asimismo, y al igual que nosotros, enterraban a sus muertos en lugares lejanos de donde vivían; prueba de ello es la propia cueva Naledi que durante tanto tiempo albergó sus restos.

Los Homo Naledi se suman, así, a las otras especies que en el camino de la selección natural se extinguieron por causas que aún se desconocen a ciencia cierta: el Homo erectus, el Homo neanderthalensis, el Homo abilis y el Homo ergaster. Hay, sin embargo, abrumadora evidencia que apuntaría a que los culpables de la extinción de aquellas especies fuimos nosotros mismos, dado que los registros fósiles suelen coincidir en las fechas en que se extinguieron esas especies con la fecha que ingresamos en dichos hábitats los Sapiens. Es decir, una vez que nosotros ingresamos, ellos se extinguieron. De ser confirmado aquello, se comprobaría el calificativo propuesto por el profesor Yuval Noah Harari quien en su libro Sapiens (editorial Harper Collins, 2015) propugna que el Homo Sapiens se erige como el gran genocida de la historia de este planeta, al arrasar, tarde o temprano, con todas las especies que se cruzan en nuestro camino.

En todo caso, nuestro lejano pariente, el Homo Naledi u “hombre de las estrellas”, se erige como un recordatorio de que tanto ellos, como nosotros, vivimos a la sombra del cosmos que algún día esperamos descubrir. Y lo haremos por la memoria de todos aquellos que, intencionalmente o no, dejamos atrás. (O)

Los huesos de nuestro lejano pariente homínido esperaron pacientemente miles de años hasta ser encontrados en una escabrosa cueva en las afueras de lo que ahora es Johannesburgo, a la que se llamó Naledi –que en sesotho, lengua nativa africana, significa ‘estrella’–.