No quiero herir susceptibilidades. Por eso comienzo este artículo aclarando que al usar el término ‘hipster’ no pretendo ni definir, ni valorizar a un grupo determinado de personas. Limitar un movimiento cultural al injusto cliché de una tribu urbana no solo es injusto, sino también irreal. Me limito entonces a referirme a este movimiento cultural, que ha obtenido excelentes logros en el rescate de áreas urbanas, sin mayor necesidad de la intervención de los planificadores urbanos.

Se vuelve notorio cómo aquellos espacios olvidados de las ciudades recuperan vida y dinamismo, luego de que se insertan en ellos nuevas y diversas actividades que rescatan y reutilizan viejas infraestructuras. Es así como galpones de fábricas, bodegas o edificios de oficinas se transforman en bares, restaurantes, pequeños hoteles, estudios, oficinas y departamentos. ¿Y por qué este tipo de renovaciones comienzan a ser atribuidas a un movimiento cultural determinado? La respuesta es simple: en el movimiento hipster coexisten el interés por el rescate y la reutilización de lo antiguo, junto con la capacidad de lograr excelentes resultados con recursos limitados.

Ejemplos de este tipo de rescates se pueden encontrar a nivel mundial. En los Estados Unidos, los ejemplos más evidentes son los acontecidos en Detroit y Cleveland, donde el desplome de los precios de lotes y edificios abandonados permitió la aparición de nuevas actividades comerciales y culturales en las edificaciones y las características originales de dichas comunidades. Recientemente pude ver de manera más cercana los cambios que se están dando en Birmingham, Alabama. A finales del siglo pasado, Birmingham era la extractora del hierro y el carbón que usaban las fábricas automotrices del norte. Por ello, la ciudad también fue arrastrada en el declive económico de la industria automotriz. Ahora, los espacios que antes eran industrias comienzan a tener vida nuevamente. El jazz, una de las tradiciones musicales de Birmingham, ha empezado a expandirse más allá de los teatros convencionales, construyendo nuevos escenarios en espacios originalmente destinados para otro tipo de uso.

La reactivación de los edificios se expande luego a la reactivación de las calles. Así es como vías antes proclives a actividades delincuenciales empiezan de pronto a reforestarse, y a salpicarse de mesitas de restaurantes, inyectándole vida y seguridad al espacio público.

Sin embargo, este tipo de proyectos no suelen tenerla fácil, pues deben nadar a contracorriente. Irónicamente, suelen ser los departamentos de planificación urbana los que obstaculizan estas alternativas de rescate urbano. A las autoridades de planificación les cuesta ver los beneficios de flexibilizar las normativas de uso de suelo; y esto degenera en un consumo de tiempo que aletarga el entusiasmo de los interesados, mientras la ciudad no ve cambios favorables en los sitios de intervención.

Sin embargo, cuando se logran conciliar los intereses comunes de las autoridades y los nuevos habitantes del sitio, comienzan a aparecer efectos positivos asombrosos. El movimiento hipster no suele venir solo. Detrás de él vienen los inversionistas que anteriormente no supieron ver la oportunidad de inversión que tuvieron frente a sus ojos.

Es así como un movimiento cultural determinado logra dinamizar el metabolismo de las ciudades al convertirse en un catalizador importantísimo en el rescate de espacios urbanos perdidos. (O)